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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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—Rabí, tú que lo sabes todo, dime: ¿por sus pecados le castigó el<br />

Altísimo con la ceguera o fue por los pecados <strong>de</strong> sus padres?<br />

Felipe es un necio. Pero él se <strong>de</strong>tuvo como para dar más fuerza a<br />

sus palabras.<br />

—No fue por sus pecados ni por los <strong>de</strong> su padre — respondió —.<br />

Ha nacido ciego para que se cumplan en él los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>l<br />

Altísimo... —Se calló, pero siguió en el mismo lugar. Su mirada pasó<br />

<strong>de</strong>l muchacho a los muros <strong>de</strong>l Templo, por los que resbalaba la suave<br />

luz <strong>de</strong>l sol invernal —. No tardará en <strong>de</strong>saparecer esta luz... Se acerca<br />

la noche... —- No comprendo a qué se refería, porque apenas<br />

comenzaba a <strong>de</strong>spuntar el día —. Y cuando llegue, ya nada podrá<br />

dispersar las tinieblas. Pero, mientras yo estoy aquí, he <strong>de</strong> ser sol... —<br />

Se inclinó escupió y, mojando el <strong>de</strong>do en su saliva, la mezcló con un<br />

poco <strong>de</strong> tierra. Luego se fue hacia el mendigo llevando en el <strong>de</strong>do un<br />

poquito <strong>de</strong> ese barro. Lo extendió sobre los ojos ciegos <strong>de</strong>l muchacho<br />

y dijo —: Ve a la piscina <strong>de</strong> Siloé y lávate.<br />

Mas es verdad que sus milagros ya no son como los <strong>de</strong> antes.<br />

Este hombre comenzó a ver sólo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lavarse en la piscina.<br />

Cuando se dieron cuenta <strong>de</strong> que veía, se produjo un tremendo<br />

griterío. Todos en la ciudad le conocían, y él contaba por todas partes<br />

quién le había curado y cómo. Le ro<strong>de</strong>ó una multitud que escuchaba<br />

por milésima vez su explicación. Luego vino un guardia y le condujo a<br />

la sala <strong>de</strong> la Piedra Cuadrada. Una hora más tar<strong>de</strong> fui al Gran<br />

Consejo. Ya en los pasillos oí gritos. El rabí Johanaan ben Zakkai<br />

interrogaba a un par <strong>de</strong> viejecitos asustados. Al lado <strong>de</strong> ellos estaba el<br />

muchacho curado. Entré y me puse a escuchar. —Así, ¿éste es<br />

vuestro hijo? — preguntó el gran doctor —. ¡Ay <strong>de</strong> vosotros si <strong>de</strong>cís<br />

una mentira!<br />

—Sí, es nuestro hijo — contestó la mujer.<br />

El hombre sólo hizo un signo afirmativo con su cabeza cubierta <strong>de</strong><br />

pelo cano.<br />

— ¿Y <strong>de</strong>cís que nació ciego?<br />

—Así fue, ilustrísimo...<br />

—Nació ciego... ¿Y cómo es que ahora ve? La mujer miró al<br />

hombre, el hombre a la mujer. Se consultaron con la mirada. La madre<br />

quería <strong>de</strong>cir algo, pero el marido, con un rápido movimiento, le cubrió<br />

la boca con su mano pequeña y arrugada. Explicó, tartamu<strong>de</strong>ando:<br />

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