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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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pendiente, que en este punto es muy vertical; apoyó afectuosamente<br />

las manos sobre los hombros <strong>de</strong> Juan y Simón. Dijo:<br />

—Escuchadme, hijos míos: quiero que os separéis y os marchéis<br />

por toda la tierra galilea para anunciar a la gente que ya ha llegado la<br />

hora y que todos <strong>de</strong>ben hacer penitencia...<br />

Calló y los observó como si quisiera saber el efecto que les habían<br />

producido estas palabras tan inesperadas. Pero ellos evitaron su<br />

mirada y sólo <strong>de</strong> enojo se miraban unos a otros con caras que<br />

expresaban sorpresa, <strong>de</strong>sconfianza e inquietud. Comprendí su<br />

inseguridad. Estos amhaares sólo se encuentran bien cuando van en<br />

grupo. Cada uno <strong>de</strong> ellos, incluso un sabelotodo como Natanael,<br />

cuando está solo se siente perdido y tiene miedo. Apenas les hubo<br />

dicho esto ya no les quedó nada <strong>de</strong> su anterior seguridad en sí<br />

mismos, <strong>de</strong> su orgullo y <strong>de</strong> sus ingenuos sueños <strong>de</strong> «reinar en el reino<br />

<strong>de</strong>l maestro». Simón se rascó la nuca con su enorme mano.<br />

—¿Y tú, maestro? — preguntó —. ¿No iras con nosotros?<br />

El mostró una clara sonrisa y movió la cabeza. Estaba como una<br />

persona que ha dicho todo lo que quería <strong>de</strong>cir y ahora espera los<br />

argumentos contrarios para ir rebatiéndolos uno a uno.<br />

—No. Iréis solos, <strong>de</strong> dos en dos...<br />

Se quedaron mudos. Si antes estaban medio dormidos, ahora se<br />

sintieron anonadados.<br />

—¿Cuándo, maestro? — preguntó uno <strong>de</strong> ellos.<br />

—Ahora mismo — contestó con una suave firmeza. Comenzaron<br />

a darse codazos y mirarse significativamente. ¿Acaso pensaban que<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> toda una noche en vela el maestro no sabía bien lo que<br />

estaba diciendo? Sobre todo los turbaba el tono risueño <strong>de</strong> sus<br />

palabras. Se consultaban con la mirada: «¿Qué pensáis <strong>de</strong> esto?»<br />

Santiago el Menor (lo llaman así para distinguirlo <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o)<br />

torció la boca con gesto <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso. Evi<strong>de</strong>ntemente, no le había<br />

gustado el proyecto <strong>de</strong>l «Hermano». Se frotó la nariz con el revés <strong>de</strong><br />

la mano e iba a <strong>de</strong>cir algo, pero Felipe se a<strong>de</strong>lantó.<br />

Éste siempre sale con algo cuando parece que los otros se hayan<br />

tragado la lengua. Enroscándose en un <strong>de</strong>do los pocos pelos que le<br />

cuelgan sobre la oreja, dijo:<br />

—Antes tendríamos que bajar a la ciudad para adquirir<br />

provisiones. Ninguno <strong>de</strong> nosotros lleva sandalias <strong>de</strong>centes... — miró a<br />

los compañeros con orgullo, como si hubiera <strong>de</strong>scubierto una fuente<br />

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