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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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cruz ha seguido viviendo. No permitió que ella le tocara. Dijo que para<br />

esto era <strong>de</strong>masiado pronto... y <strong>de</strong>sapareció. Entonces ella vino<br />

corriendo a contárnoslo lo más <strong>de</strong> prisa que pudo. Ja<strong>de</strong>aba y tenía las<br />

piernas tan cansadas que tuvo que sentarse en el suelo. No pudimos<br />

aguantar más tiempo encerrados en la casa. Simón y yo salimos.<br />

Corríamos y dábamos empujones a la gente, que gritaba a nuestro<br />

paso. Pero no nos <strong>de</strong>teníamos. Yo llegué el primero al sepulcro;<br />

Simón quedó un poco rezagado...<br />

— ¿Y qué? — exclamé en el colmo <strong>de</strong> la expectación —. ¿Y qué?<br />

¿Qué viste?<br />

Respiró hondo como si se preparara para una nueva carrera.<br />

—-El sepulcro estaba realmente abierto... No tuve valor para<br />

entrar en él, por lo que esperé a Simón. Entramos juntos...<br />

— ¿Y qué? ¿Qué?<br />

Me moría <strong>de</strong> impaciencia por oír la última palabra.<br />

—El cuerpo no estaba allí — exclamó con precipitación —. ¡En la<br />

tumba no hay nada! Todas las telas en las que envolvimos al maestro<br />

estaban allí, tiradas en un rincón... Sobre el gran sudario se ven las<br />

huellas <strong>de</strong> su cuerpo... Incluso el pañuelo con el que le tapamos la<br />

boca estaba caído a un lado... Lo recogimos todo...<br />

Respiró <strong>de</strong> nuevo y callose. Yo también estuve callado. José me<br />

preguntó con su sonora voz:<br />

—Nico<strong>de</strong>mo, ¿qué significa esto?<br />

Me encogí <strong>de</strong> hombros sin saber qué <strong>de</strong>cir.<br />

—No sé — respondí —. No sé... Todo esto parece un cuento. Las<br />

mujeres dicen que la tierra tiembla, aunque nadie en la ciudad lo ha<br />

notado; un rayo cae <strong>de</strong>l cielo <strong>de</strong>spejado; se aparece un hombre, o<br />

alguien que no lo es, con vestiduras resplan<strong>de</strong>cientes; diez soldados<br />

romanos huyen <strong>de</strong>spavoridos. Los otros dicen que le han visto y oído;<br />

el sepulcro está vacío... ¡No, todo junto no tiene sentido! Dejemos a un<br />

lado las visiones, en las que no creo. Hay una cosa segura: el cuerpo<br />

ha <strong>de</strong>saparecido... Sobre esto se pue<strong>de</strong>n hacer varias conjeturas.<br />

Primera posibilidad: Caifás ha querido profanar el cuerpo, ha mandado<br />

sacarlo <strong>de</strong>l sepulcro y echarlo a la fosa común. Sobornó a los<br />

soldados para que fingieran pánico.<br />

—Esto tampoco tiene sentido — me interrumpió José —. Ni Caifás<br />

ni Ananías se atreverían a hacer una cosa así. Pilatos nos entregó el<br />

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