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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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— ¡Callad!<br />

Era yo el que <strong>de</strong>bía haberse a<strong>de</strong>lantado. Las vestiduras <strong>de</strong> fariseo<br />

les hubieran impuesto respeto. Pero yo dudaba... ¡Ya lo comprendí y<br />

aún oponía resistencia! Ahora lo sé: aquello que Él escribió un día<br />

sobre el polvo estaba dirigido a mí: « ¿Por qué no te vas? » Es a mí a<br />

quien llamó: «Tierra estéril y dura». De pronto vi que Simón se abría<br />

paso hasta la primera fila. Su ancho rostro estaba colorado como si<br />

efectivamente estuviera borracho. Con sus gran<strong>de</strong>s manos, que<br />

parecían remos, apartaba a los compañeros. Pensé: « ¿Qué sabrá<br />

<strong>de</strong>cir este amhaares?» Al fin se colocó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos. Se quedó allí<br />

alto y ancho <strong>de</strong> espaldas, bien apoyado en las dos piernas abiertas,<br />

con los brazos caídos como si estirase <strong>de</strong> una red llena <strong>de</strong> peces.<br />

Cuando comenzó a hablar, su potente voz dominó en seguida el<br />

vocerío. Más <strong>de</strong> una vez le había oído lanzar algunas bruscas<br />

palabras, para enmu<strong>de</strong>cer luego como un chiquillo al que han regañado<br />

por hablar <strong>de</strong>masiado. Ahora comenzó lentamente, con<br />

gravedad, dominando su impulsividad.<br />

— ¿Decís que estamos bebidos? No es verdad. A<strong>de</strong>más, nadie<br />

bebe a una hora tan temprana. Pero no creáis que aquí no haya<br />

ocurrido nada. Al contrario, ha llegado lo que predijo Joel, el profeta<br />

<strong>de</strong>l Señor, cuando dijo que vendría un día «en que el Altísimo enviaría<br />

a su Espíritu sobre cada hombre...»<br />

Yo seguía pensando: tenía que hablar yo. Me cruzaban por la<br />

mente esbozos <strong>de</strong> hagadás. Pero al mismo tiempo no podía<br />

sustraerme al po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong> Simón. ¿Cómo es posible que<br />

este galileo, este pescador <strong>de</strong> Betsaida sepa hablar así? Sus palabras<br />

eran sencillas, pero llegaban hasta la misma esencia <strong>de</strong> la cuestión. Y<br />

a la vez admiraban por su valor. Decía:<br />

—Supongo que no habéis olvidado a Jesús <strong>de</strong> Nazaret, que hace<br />

tan poco vivía aún entre vosotros, hacía señales y milagros, curaba a<br />

los enfermos, resucitaba a los muertos y escuchaba vuestros ruegos.<br />

Habéis con<strong>de</strong>nado a muerte a este Jesús y los paganos le clavaron en<br />

cruz. Ha muerto. Pero la muerte no ha podido dominarle. El rey David<br />

murió y fue enterrado aquí, en Sión. Pero Jesús murió y resucitó y<br />

somos testigos <strong>de</strong> esto.<br />

Nos señaló a nosotros y a sí mismo. Este hombre, que hace tan<br />

poco tiempo, en el patio <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Caifás, gritaba entre gestos <strong>de</strong><br />

terror « ¡No le conozco! »; este hombre, que no se atrevió a acercarse<br />

a la cruz y no acudió para ayudarnos a <strong>de</strong>positar el cuerpo en el se-<br />

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