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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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—«El Pontífice <strong>de</strong>l Santísimo cuyo nombre no somos dignos <strong>de</strong><br />

pronunciar, José Caifás, hijo <strong>de</strong> Betus, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> consultarlo con los<br />

más ilustres y sabios sacerdotes, maestros y conocedores <strong>de</strong> la Ley<br />

<strong>de</strong> Israel, proclama que Jesús, hijo <strong>de</strong> José, naggar <strong>de</strong> Nazaret, es<br />

culpable <strong>de</strong> incitar a la gente a no pagar los tributos <strong>de</strong>bidos al<br />

César...»<br />

— ¡Es mentira! — interrumpió Pilatos—. ¡Yo sé bien quién paga<br />

los impuestos y quién no los quiere pagar!<br />

— ¡Sigue leyendo! — dijo Caifás con voz que <strong>de</strong>lataba un furor a<br />

duras penas contenido.<br />

— «Y también — continuó el levita — es culpable <strong>de</strong> soliviantar al<br />

pueblo y proclamarse a sí mismo rey <strong>de</strong> Israel...»<br />

— ¿Rey? —Su <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso enojo se convirtió en una burla abierta<br />

—. ¡Ah! De modo que me habéis traído a vuestro rey... Bueno, siendo<br />

así, ¡juzguémosle! — Y dijo a un soldado que estaba a su lado —<br />

Tráeme aquí a ese rey.<br />

Los soldados romanos cogieron las cuerdas <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> la<br />

guardia y tirando <strong>de</strong> ellas condujeron al maestro al espacioso patio<br />

empedrado con mosaico <strong>de</strong> color. Mientras tanto, los siervos habían<br />

sacado para Pilotas la silla curul y extendido sobre ella un baldaquino<br />

color púrpura. Vi <strong>de</strong> lejos que Pilatos se sentaba en el trono, cuyo alto<br />

respaldo terminaba con la odiosa figura <strong>de</strong>l águila romana. A su lado<br />

se colocó el lictor y, junto a él, se arrodilló el escriba que anota las<br />

<strong>de</strong>claraciones. No pu<strong>de</strong> oír las palabras, pero por los a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong><br />

Pilatos, podía <strong>de</strong>ducirse el proceso <strong>de</strong> su conversación con el<br />

maestro. Pilatos primero preguntó algo, pero Jesús parecía sordo a<br />

sus palabras porque el romano tuvo que repetirle la pegunta varias<br />

veces. Luego el procurador mandó al escriba que le leyera <strong>de</strong> nuevo<br />

la sentencia <strong>de</strong>l Sanedrín. Volvió a preguntarle algo, señalando el<br />

rollo, a lo que el maestro respondió, pero <strong>de</strong> tal manera, que Pilatos<br />

no hizo sino encogerse <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente <strong>de</strong> hombros como si a él<br />

mismo se le hubiera preguntado una cosa sin sentido. De nuevo <strong>de</strong>jó<br />

caer una palabra inclinándose hacia el prisionero, quien esta vez le<br />

contestó con unas cuantas frases. Al oírlas Pilatos se en<strong>de</strong>rezó y,<br />

apoyándose en el respaldo, se quedó mirando fijamente al maestro<br />

como si no le hubiera visto hasta entonces. Por un ligero movimiento<br />

<strong>de</strong> la cabeza comprendí que pasaba la mirada <strong>de</strong> los pies a los<br />

cabellos enmarañados y luego <strong>de</strong> la cabeza a los pies <strong>de</strong>scalzos y<br />

ensangrentados <strong>de</strong>l hombre que tenía <strong>de</strong>lante. Cuando volvió a<br />

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