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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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Pero aquí no termina todo, Justo. Por la mañana nos acercamos a<br />

la orilla que se alzaba ante nosotros formando un vertical acantilado.<br />

Sólo por un punto podíamos llegar a ella y allí era por don<strong>de</strong> el agua<br />

había <strong>de</strong>sgastado la roca que, al <strong>de</strong>smoronarse, se había convertido<br />

en un montón <strong>de</strong> informes y puntiagudos bloques <strong>de</strong> piedra. El<br />

maestro se <strong>de</strong>spertó y, sin pronunciar palabra, con un signo dio a<br />

enten<strong>de</strong>r a Simón, que como un perro fiel no le perdía <strong>de</strong> vista, que<br />

<strong>de</strong>sembarcáramos allí. Con pru<strong>de</strong>ncia, examinando el fondo con un<br />

remo, pasamos por entre las rocas. El agua entre ellas se movía, pero<br />

el mar que él había calmado estaba tan tranquilo que sin temor alguno<br />

pudimos <strong>de</strong>jar la embarcación y tomar tierra en la rocosa orilla. Entre<br />

los negros bloque s crecían plantas ver<strong>de</strong>s y matas con flores color<br />

púrpura.<br />

El pedregal formaba como una brecha en el alto y casi inaccesible<br />

acantilado y conducía en suave pendiente a un pequeño llano cubierto<br />

<strong>de</strong> abundante hierba y árboles. No lejos divisamos una ciudad. «Es<br />

Gerasa», dijo Jaime, que conocía bien aquella región. Una enorme<br />

piara <strong>de</strong> cerdos pacía a la sombra <strong>de</strong> unas majestuosas encinas.<br />

Cuidaban <strong>de</strong> ella unos chiquillos medio <strong>de</strong>snudos, vestidos sólo con<br />

unas pieles negras que les cubrían las ca<strong>de</strong>ras. Nos miraron con<br />

curiosidad. De pronto uno <strong>de</strong> ellos lanzó un grito y señaló en nuestra<br />

dirección como si nos quisiera prevenir <strong>de</strong> algo.<br />

Nos volvimos, al mismo tiempo oímos un alarido salvaje y<br />

espantoso.<br />

Algo venia hacia nosotros. Al principio fue difícil distinguir si se<br />

trataba <strong>de</strong> un hombre o <strong>de</strong> un animal. Era un ser enorme, <strong>de</strong>snudo,<br />

cubierto <strong>de</strong> pelos, barro y sangre coagulada. De una <strong>de</strong> sus muñecas<br />

colgaba un trozo <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>na. Comprendimos que se trataba <strong>de</strong> un loco.<br />

Venía corriendo y lanzaba unos gritos inhumanos. Miré a los<br />

pastorcillos y vi que cada uno había agarrado una pesada maza. Sus<br />

perros comenzaron a ladrar furiosamente. Aquel <strong>de</strong>mente <strong>de</strong>bía <strong>de</strong><br />

ser peligroso. Abría las fauces y daba <strong>de</strong>ntelladas en el aire con sus<br />

afilados dientes, como un animal. Sus puños, cerrados, parecían dos<br />

enormes martillos. Aún tuve tiempo <strong>de</strong> ver unos orificios sangrantes<br />

en el pecho y los brazos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sdichado, pero ya Simón se había<br />

alejado un poco y gritó: « ¡El maestro! », y él y Tomás se volvieron<br />

para protegerle. Los otros se pararon también. Mientras tanto el<br />

<strong>de</strong>mente llegó junto a Jesús, que se había quedado inmóvil, sin<br />

<strong>de</strong>mostrar el menor temor. Pero no se abalanzó sobre él, sino que se<br />

<strong>de</strong>jó caer al suelo lanzando un horrible alarido que parecía a la vez un<br />

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