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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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pagó a buen precio. Cuando vino a la mía olía asquerosamente a vino.<br />

Era repugnante... Se durmió contento y satisfecho. Me empujó a un<br />

lado y el se quedó repantigado en el centro. En lo que quedaba <strong>de</strong><br />

jergón tenía que dormir Judas. Para mí ya no había sitio: me que<strong>de</strong> en<br />

el suelo. A pesar <strong>de</strong> mi fatiga sobrehumana, no podía dormirme. Me<br />

quedé con los ojos abiertos, temblando, <strong>de</strong> frío. En el patio, los<br />

camellos, arrodillados, gemían y tosían. Paró <strong>de</strong> llover. Luego vino la<br />

helada, que endureció el agua en los charcos. Cesó el ruido <strong>de</strong>l agua<br />

que caía <strong>de</strong> la azotea...»<br />

—¿De modo que las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> vuestra posada no se<br />

agrandaron? — pregunté, impaciente . ¿Y no hubo ninguna estrella<br />

que señalara este lugar?<br />

Se encogió <strong>de</strong> hombros y contestó sin levantar la vista:<br />

—Las mujeres como yo no tenemos tiempo para fijarnos en estas<br />

cosas. Contemplar las estrellas es asunto <strong>de</strong> hombres...<br />

Aunque había hablado bastante rato, no se quitó el cántaro <strong>de</strong>l<br />

hombro.<br />

Pero luego oí <strong>de</strong>cir — añadió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa — que, en<br />

efecto, apareció una estrella. Me lo contó Simje, el hijo <strong>de</strong> Ta<strong>de</strong>o.<br />

Dicen que también se oyeron voces y cantos. Los encontré cuando<br />

salían <strong>de</strong> la cueva... Fui allí porque no podía dormir. Recordé lo que<br />

yo había sufrido al dar a luz... Cogí un cacharro con agua caliente, un<br />

poco <strong>de</strong> aceite, algunos trapos... Me costó salir <strong>de</strong> la posada, pues el<br />

suelo estaba atestado <strong>de</strong> hombres dormidos. Tenía que pasar entre<br />

ellos con cuidado. Uno me cogió por una pierna... ¡Como si no tuviera<br />

bastante con haberme pasado el día entera sirviéndoles a todos! Por<br />

suerte no levantó la voz. En la cueva que mi marido había<br />

mencionado recogimos nuestros animales: dos cabras, un buey y un<br />

asno. Había allí un pesebre hecho con un tronco vaciado. Por la<br />

abertura <strong>de</strong> la cueva salía una claridad que iluminaba el camino. Antes<br />

<strong>de</strong> entrar en ella oí llorar al niño. Había nacido antes <strong>de</strong> que yo<br />

llegase. La mujer estaba arrodillada junto al pesebre y hablaba al<br />

recién nacido en voz baja. Debe <strong>de</strong> parecerte raro que en seguida,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar a luz, pudiera levantarse y moverse. Pero nosotras,<br />

las mujeres que hemos <strong>de</strong> trabajar duramente, sabemos que cuando<br />

no hay otro remedio las fuerzas nos han <strong>de</strong> venir <strong>de</strong> don<strong>de</strong> sea. Su<br />

marido había encendido fuego en un rincón. Pero el humo no tenía por<br />

dón<strong>de</strong> salir y llenaba por completo la cueva. El niño lloraba porque<br />

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