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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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—Bien venidos — dijo —. ¿Qué os trae a mi casa, ilustres<br />

maestros, a estas horas y en un día como hoy? Ésta es vuestra fiesta<br />

más importante, ¿no es así? Ya por la mañana los miembros <strong>de</strong>l Gran<br />

Consejo no han querido traspasar las puertas <strong>de</strong> mi casa... Como si<br />

yo fuera un leproso... — Me pareció que se estaba burlando<br />

maliciosamente y me sentí incómodo. Pero él trataba realmente <strong>de</strong><br />

mostrarse amable. Nos señaló dos sillas y él mismo se sentó también.<br />

El sol hacía brillar su cráneo coronado por unos pocos pelos rubios—.<br />

Una <strong>de</strong>sagradable oscuridad ha caído hoy sobre la ciudad. Como el<br />

humo <strong>de</strong> un incendio.<br />

José le dijo el motivo <strong>de</strong> nuestra visita.<br />

— ¡Cómo! — exclamó —. ¿Ha muerto ya? ¡No es posible! —Me<br />

pareció que al <strong>de</strong>cirlo suspiró profundamente como un hombre a quien<br />

se ha librado <strong>de</strong> un gran peso en el corazón. Dijo —: voy a enviar a un<br />

soldado para que lo compruebe... — hizo sonar un pequeño gong y<br />

mandó que llamaran al centurión. Éste llegó al instante con la coraza<br />

puesta y la vara en la mano —. Escúchame, Longino —dijo el<br />

procurador —, ve ahora mismo, allí, a la colina, y comprueba si es<br />

verdad lo que me están diciendo estos maestros: que el galileo ha<br />

muerto ya.<br />

Salió el centurión. Pilatos se levantó y se fue a la terraza que da<br />

sobre el atrio y la ciudad. Des<strong>de</strong> allí se veía el Gólgota por encima <strong>de</strong><br />

las azoteas <strong>de</strong> las casas: un negro montículo a contraluz y, sobre su<br />

cima, las siluetas <strong>de</strong> las cruces y <strong>de</strong> la gente agrupada a sus pies.<br />

— ¡Hummm...! — murmuró, frotándose con la mano su mandíbula<br />

cuidadosamente afeitada —. ¿Ya ha muerto? Ha muerto... — Volvió y<br />

se sentó cómodamente en la silla —. Dicen que se llamaba a sí mismo<br />

el hijo <strong>de</strong> Júpiter o algo por el estilo, ¿verdad? — No esperó nuestra<br />

respuesta. Se secó unas gotas <strong>de</strong> sudor <strong>de</strong> la frente—. Me he<br />

cansado hoy... — <strong>de</strong>claró con una expresión ligeramente dolorida —.<br />

Des<strong>de</strong> el amanecer, tanto ruido, gritos, mal olor, todos ellos<br />

inseparables compañeros <strong>de</strong> vuestros sacerdotes —. De pronto le<br />

picó la curiosidad —.Y tú, José, ¿para qué quieres su cuerpo?<br />

—Querernos enterrarlo dignamente. Este hombre era un gran<br />

profeta. No creo que fuera culpable <strong>de</strong> lo que le han acusado los<br />

nuestros...<br />

— ¡Claro que no era culpable!... — asintió Pilatos ¡Des<strong>de</strong> luego<br />

que no! Pero ¿qué hacer? ¡No todos son razonables como vosotros!<br />

Tanto los sacerdotes como los fariseos y el pueblo gritaban: «<br />

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