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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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guardar nada para sí. Todo es propiedad <strong>de</strong>l Señor y nosotros no<br />

somos sino los administradores a quienes llegará el día <strong>de</strong> presentar<br />

las cuentas hasta el último as.<br />

Sólo <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r una cosa: la casa en la que El cenó la noche<br />

<strong>de</strong> su prendimiento y en la que vino sobre nosotros el Consolador. Se<br />

la di a Ella y allí se quedó a vivir...<br />

Pero Ella tampoco está ya... Con su partida se ha borrado la<br />

última huella terrena <strong>de</strong> su Hijo. Santiago. José, Judas, Simón, los<br />

hermanos <strong>de</strong>l Maestro, son sólo unas sombras <strong>de</strong>svaídas. Ella, en<br />

cambio, era totalmente como Él; su rostro, sus movimientos eran los<br />

<strong>de</strong> Él... El hijo hereda <strong>de</strong> sus padres las facciones y el modo <strong>de</strong><br />

comportarse. Todo lo que había en Él <strong>de</strong> humano lo tenía <strong>de</strong> Ella... ¿O<br />

acaso fue al revés? ¿Acaso Él, que existía ya en la eternidad, al entrar<br />

en Ella como niño, grabó sobre su frente, sus ojos y sus labios la<br />

bondad, la sonrisa y los pensamientos propios?<br />

En vida <strong>de</strong> Jesús fue silenciosa. Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su partida<br />

comenzó a hablar, y tuvo que hacerlo muchas veces porque la gente<br />

quería oír cosas <strong>de</strong> Él, y para esto venía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejanas tierras, <strong>de</strong><br />

Antioquía, <strong>de</strong> Tarso, <strong>de</strong> Alejandría. Les hablaba y en sus narraciones<br />

había siempre palabras y actos <strong>de</strong> Él. Ella parecía no existir. Era como<br />

un árbol bajo cuya sombra se hubiera formado una leyenda. Sólo en<br />

dos ocasiones (lo contó con una sonrisa en los labios, como la <strong>de</strong>l<br />

padre que confiesa al hijo sus flaquezas) la rama <strong>de</strong>l árbol se dobló<br />

muy abajo para entrelazarse con la historia que se estaba creando. La<br />

primera vez habló <strong>de</strong> cuando Él, siendo niño aún, se perdió en la<br />

ciudad santa, mientras Ella y José volvían a casa <strong>de</strong>spreocupados.<br />

Ella luego <strong>de</strong>sanduvo el camino, corriendo, con los cabellos<br />

enmarañados, que se le escapaban por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l pañuelo, con el<br />

pecho agitado, los labios temblorosos... La tímida jovencita galilea<br />

llamaba osadamente a las puertas <strong>de</strong> casas <strong>de</strong>sconocidas, pasaba<br />

cien veces por la misma calle. Quería gritar <strong>de</strong> miedo. No entendía<br />

muchas cosas, pero su corazón le <strong>de</strong>cía que este Hijo nacido sin<br />

varón era la riqueza <strong>de</strong>l mundo y no podía per<strong>de</strong>rlo mientras se<br />

encontrara aún entre sus manos. No tenía miedo por sí misma,<br />

aunque entonces se sentía culpable <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lito mayor que el <strong>de</strong> los<br />

asesinos y los ladrones sacrílegos. «Que todo recaiga sobre mí —<br />

repetía una y mil veces —, pero ellos, Señor, son inocentes...» Subía<br />

aprisa, ja<strong>de</strong>ante, por la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l Miroah, atravesaba los pórticos<br />

dando empujones a la gente y obligando a los fariseos, siempre<br />

temerosos <strong>de</strong> un contacto impuro, a ce<strong>de</strong>rle rápidamente el paso... Y<br />

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