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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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Por la noche salí <strong>de</strong> casa envuelto en una simlah negra. El círculo<br />

<strong>de</strong> la luna, ya casi completo, esparcía sobre la ciudad una luz<br />

mortecina. A cada momento, cubríanla nubes que atravesaban<br />

velozmente el cielo perseguidas y maltratadas por el viento. Me<br />

acompañaban dos <strong>de</strong> mis siervos, provistos <strong>de</strong> espadas y garrotes.<br />

Bajamos por las escaleras y nos hundimos en la negra profundidad <strong>de</strong><br />

la ciudad baja. El acueducto extendía su arco sobre nuestras cabezas.<br />

Des<strong>de</strong> el majestuoso barrio <strong>de</strong> los palacios penetramos, como en un<br />

abismo, en el tenebroso hormiguero <strong>de</strong> las barracas <strong>de</strong> barro. Aquí<br />

vive la gente más pobre y aquí, durante las fiestas, paran los<br />

peregrinos que no pue<strong>de</strong>n pagarse un albergue mejor. Por suerte, las<br />

fiestas ya se han terminado y no quedan extranjeros. Sólo han <strong>de</strong>jado<br />

montones <strong>de</strong> basura y abono animal. Sobre todo el barrio flota una repugnante<br />

feti<strong>de</strong>z. Todo aquí huele mal y <strong>de</strong> las negras aberturas sale<br />

un pestilente olor a suciedad y miseria. Nuestros pasos resuenan en el<br />

silencio <strong>de</strong> la noche interrumpidos sólo por los ronquidos <strong>de</strong> la gente<br />

dormida que nos llegan <strong>de</strong> todos los rincones. Seguramente no hubiéramos<br />

sabido hallar la casa <strong>de</strong> aquel Fegiel don<strong>de</strong> se hospedaba el<br />

galileo si el ruido <strong>de</strong> nuestras pisadas no hubiesen hecho salir <strong>de</strong><br />

algún negro agujero a mi Judas. Evi<strong>de</strong>ntemente, estaba esperando<br />

nuestra llegada.<br />

—Por aquí, rabí, por aquí — dijo —. Con cuidado. Es fácil torcerse<br />

un tobillo...<br />

Comenzamos a subir por unos peldaños medio <strong>de</strong>rruidos,<br />

atravesamos pequeños y repugnantes pasadizos y anduvimos a lo<br />

largo <strong>de</strong> unas pare<strong>de</strong>s increíblemente mugrientas. Las nubes habían<br />

tapado <strong>de</strong> nuevo la luna. El viento nocturno soplaba con más fuerza y<br />

rugía lúgubremente en las estrechas callejuelas. Mi inquietud aumentaba<br />

a medida que me iba hundiendo más y más en el corazón <strong>de</strong><br />

aquel laberinto, sin esperanza <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r encontrar por mí mismo la<br />

salida.<br />

Nunca había imaginado que en Jerusalén, casi a los pies <strong>de</strong>l<br />

Templo, existiera semejante cenagar compuesto <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong><br />

inmundicias. Hasta entonces sólo conocía la ciudad baja <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

camino que une Xystos con las Tumbas Reales, la piscina <strong>de</strong> Siloé y<br />

la puerta <strong>de</strong> le Fuente. Judas iba siempre <strong>de</strong>lante, <strong>de</strong>slizándose ágil y<br />

rápido como una rata entre escombros. Debía conocer cada rincón.<br />

En la oscuridad, las casas y casitas parecían amontonarse unas sobre<br />

otras como personas que treparan sobre los cadáveres <strong>de</strong> sus<br />

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