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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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cosas simplemente indignantes. Tú, que eres tan sabio, sabes que<br />

hay dos clases <strong>de</strong> verdad. Hay una exclusivamente para el<br />

entendimiento. La admitimos o la rechazamos, nos <strong>de</strong>jamos<br />

convencer o creamos nuestra propia «antiverdad» para combatirla.<br />

Pero cuando <strong>de</strong>jamos <strong>de</strong> pensar, cuando comemos o dormimos,<br />

sostenemos una conversación corriente con los nuestros o amamos,<br />

entonces esta verdad nos es en realidad indiferente. Pero hay otra<br />

que no basta aceptar con el entendimiento. Debemos aceptarla con<br />

todo nuestro ser porque, mientras no lo hacemos, sentimos que ella<br />

se rebela en nuestro interior y nos produce dolor. ¡Quién sabe si Él no<br />

predica precisa- mente esta clase <strong>de</strong> verdad y por esto sus palabras<br />

me ocasionan, cada vez que las oigo, una conmoción tan fuerte! Cada<br />

una <strong>de</strong> ellas me parece una petición. ¡Y qué petición! Yo no le odio...<br />

¿Por qué iba a odiarle? A veces, incluso pienso que sería muy bello si<br />

existiera una verdad tan absoluta y que llenase tanto la vida como la<br />

que predica. ¿Me compren<strong>de</strong>s, Justo? Quizás ahora mis palabras te<br />

indignan. Hubo un tiempo en que pusiste todo tu esfuerzo en inculcar<br />

en mi alma la indiferencia <strong>de</strong>l sabio al que importa no la vida, sino la<br />

verdad. En cambio, este hombre, si sólo se le pudiera llamar filósofo,<br />

parece predicar otra teoría. Dice que lo importante es la vida, puesto<br />

que la verdad está en él... O algo por el estilo... De todos modos, para<br />

él la verdad y la vida no son dos conceptos distintos. Para mí..., pues,<br />

¡no lo sé!<br />

Por la mañana todos, en la ciudad, hablaban <strong>de</strong> esta<br />

conversación. Discutían y buscaban a Jesús. Pero él <strong>de</strong>sapareció<br />

durante la noche y ya no ha vuelto a aparecer en Jerusalén. Las<br />

fiestas terminaron y comprendí que esperaba en vano a que volviera.<br />

Si <strong>de</strong>seo aprovechar su po<strong>de</strong>r y su sabiduría para salvar a Rut, <strong>de</strong>bo ir<br />

en su busca. Rut presenta <strong>de</strong> nuevo muy mal aspecto; no come y<br />

tiene aquella mirada tan <strong>de</strong>sgarradoramente triste...<br />

Me puse en camino. Seguí, claro está, el curso <strong>de</strong>l Jordán para no<br />

encontrarme con los samaritanos. Al fondo <strong>de</strong>l ghor hace ya<br />

muchísimo calor y casi se pue<strong>de</strong>n ver crecer los árboles y arbustos.<br />

Un agua turbia, cuyo caudal apenas ha disminuido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>sbordamientos <strong>de</strong> primavera, llena el cauce <strong>de</strong>l río hasta los bor<strong>de</strong>s.<br />

Pasa por allí mucha gente; sobre todo peregrinos que vuelven <strong>de</strong> las<br />

fiestas. Encontré a dos jóvenes que habían venido <strong>de</strong> Perea pasando<br />

por el vado cerca <strong>de</strong> Bethabara. Anduvimos juntos y durante el<br />

<strong>de</strong>scanso nocturno me enteré <strong>de</strong> que eran discípulos <strong>de</strong> Juan y llevaban<br />

un mensaje <strong>de</strong> su parte para Jesús. Eso <strong>de</strong>spertó mi curiosidad<br />

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