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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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papiro! —Escribió unas palabras sobre un fragmento y el muchacho<br />

puso el sello —. Tomad — nos dijo —. Mostrando esto os podréis<br />

llevar el cuerpo <strong>de</strong>l galileo.<br />

Le dimos las gracias con una inclinación. Pero yo estaba convencido<br />

<strong>de</strong> que aquello no terminaría así. Incluso me extrañó que Pilatos<br />

no hubiera empezado imponiendo condiciones. Los dos llevábamos<br />

oro en las bolsas colgadas <strong>de</strong> nuestro cinturón y contábamos con que,<br />

si aquello no le bastaba a Pilatos, le exten<strong>de</strong>ríamos un escrito<br />

prometiéndole más dinero.<br />

— ¿Cuánto <strong>de</strong>seas que te paguemos por esto, ilustre procurador?<br />

— pregunté.<br />

En el rostro <strong>de</strong> Pilatos se pintó una expresión <strong>de</strong> lucha interna.<br />

Estaba a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir el precio, pero se contuvo y cruzó el atrio,<br />

pensativo. Se acercó a la balaustrada <strong>de</strong> la terraza acariciando <strong>de</strong><br />

nuevo su afeitada barbilla. El sol <strong>de</strong>scendía cada vez más y se<br />

escondía <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una colina, en dirección <strong>de</strong>l Azot. Su luz atravesó<br />

tan directamente el grupo <strong>de</strong> personas y cruces en el Gólgota, que sus<br />

formas <strong>de</strong>saparecieron y la prominente roca parecía <strong>de</strong>sierta.<br />

—Bueno, pues... Quizá — comenzó Pilotos. Daba la impresión <strong>de</strong><br />

una persona que ha <strong>de</strong> renunciar a su patrimonio o a algo igualmente<br />

caro —. Quizá, sí... O, mejor, ¡no! ¡no! — Suspiró y su cara, en<br />

contradicción con sus palabras, se volvió mala y amarga —. ¡No! —<br />

repitió una vez más —. Os regalo este cuerpo. Recogedlo y<br />

enterradlo. Enterradlo bien. Puesto que os lo he regalado, no<br />

escatiméis ungüento ni perfumes. No os cuesta nada. Dadle buena<br />

sepultura. Lo hago para castigar a los otros... —Se le iluminó le cara.<br />

Como queriendo acabar <strong>de</strong> consolarse por aquel acto inesperadamente<br />

generoso, dijo: — Les he dado una buena lección, ¿verdad?<br />

¡No podrán olvidarlo! ¡Es una broma magnífica! ¡«Rey <strong>de</strong> Ju<strong>de</strong>a»! ¡Ja,<br />

ja, ja!...<br />

José, con el escrito <strong>de</strong> Pilatos y unos hombres recogidos por el<br />

camino, se fue directamente al Gólgota mientras yo me dirigía al<br />

mercado a comprar mirra y áloe. Las tiendas ya estaban cerradas,<br />

pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> llamar mucho rato abrieron una <strong>de</strong> ellas. Compré<br />

tanto perfume cuanto pu<strong>de</strong> encontrar. Dos chiquillos cargaron con la<br />

mercancía. Nos fuimos. Las calles estaban sumidas en la sombra:<br />

sólo las azoteas se bañaban aún en luz solar. Más allá <strong>de</strong> la puerta<br />

Vieja, el camino que va a Lidda ceñía como un torrente la roca <strong>de</strong>l<br />

Gólgota. Cuando me marché <strong>de</strong> allí, en los flancos <strong>de</strong>l montículo<br />

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