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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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horrible. Siento un profundo rencor, no sé exactamente contra quién,<br />

<strong>de</strong> que ella haya muerto así. Pero la muerte <strong>de</strong> él aún fue más<br />

horrible. Siempre le recordaré gritando mientras agonizaba sobre el<br />

palo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>shonra. Cuando le <strong>de</strong>scolgamos <strong>de</strong> la cruz, cubierto <strong>de</strong><br />

sangre y sudor, ya no hubo tiempo ni <strong>de</strong> lavarle, como se hace con el<br />

cuerpo aun <strong>de</strong>l más miserable <strong>de</strong> los fieles, antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>positarlo en le<br />

sepultura. No murió con la sonrisa en los labios, como la muerte <strong>de</strong> un<br />

sabio griego... Con toda le suciedad <strong>de</strong> su tortura, le acostamos en el<br />

sepulcro y, <strong>de</strong> prisa, como si nos avergonzáramos, corrimos la piedra.<br />

Luego vinieron los hombres <strong>de</strong>l Sanedrín y pusieron el sello... Así<br />

quedó <strong>de</strong>shecho el testimonio <strong>de</strong> la caridad. Él murió para una verdad<br />

que no es tal verdad. La hija <strong>de</strong> Jairo resucitó, Lázaro resucitó... Él ha<br />

muerto y yace aplastado por el sello <strong>de</strong>l Santuario — como si fuera<br />

aquella profecía <strong>de</strong> Caifás — y la sandalia <strong>de</strong>l legionario romano.<br />

Nadie ha hecho que resucitara, como él no resucitó a Rut... Parece<br />

como si hubiera entregado a la muerte, con plena conciencia, sólo a sí<br />

mismo y a ella. ¿Para qué? Para que estas muertes <strong>de</strong>n testimonio <strong>de</strong><br />

que la Ley está por encima <strong>de</strong> la caridad, que el Altísimo sabe<br />

castigar, pero no quiere perdonar...<br />

Me aparté <strong>de</strong> la pared rocosa. Durante mi meditación, el círculo <strong>de</strong><br />

sombras se había ensanchado y la luz <strong>de</strong> la luna había perdido algo<br />

<strong>de</strong> su claridad. Volví hacia la hoguera. Algunos centinelas jugaban a<br />

los dados y los otros, paseando, ahuyentaban el sueño con el<br />

ejercicio.<br />

—Gracias, Luciano — dije al soldado. Deslicé en su mano el resto<br />

<strong>de</strong> las monedas <strong>de</strong> mi bolsa —. Muchas gracias. Si algún día<br />

necesitares algo <strong>de</strong> mí...<br />

Me fui. Durante largo rato me siguieron las voces <strong>de</strong> los soldados<br />

que disputaban repartiéndose las monedas. Luego uno <strong>de</strong> ellos<br />

comenzó a cantar <strong>de</strong> nuevo, a grito pelado, su grosera canción. Sus<br />

sucias palabras me perseguían y caían sobre mis hombros como<br />

pesos. «Ni esto han querido ahorrarte», pensé. Mañana, al anochecer,<br />

los soldados volverán a sus cuarteles. Se burlarán <strong>de</strong>l rey judío que<br />

murió como un bandido <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y luego fue custodiado para que<br />

no resucitara. Y puesto que eran ellos los que le custodiaban, no pudo<br />

resucitar. El <strong>de</strong>sprecio se ha transformado en mofa y sólo ella<br />

quedará. Nadie se burla <strong>de</strong> la cicuta. Pero, ¿quién podrá evitar que se<br />

burlen <strong>de</strong> la cruz?<br />

Volví a casa. No podía dormir. Por esto te estoy escribiendo. ¡Oh,<br />

Justo, estoy pasando unos momentos terribles! Como si todo lo que<br />

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