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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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menos amargo. ¡Todo el vano! Estaba solo, solo con todo mi dolor y<br />

con mi fe en el Invisible. ¡Oh, Adonai! Nunca como entonces<br />

comprendí qué dura prueba es para nuestros corazones esta<br />

invisibilidad. Sólo unos brazos que se pudieran tocar, el real contacto<br />

con una mano, hubiera sido capaz <strong>de</strong> mitigar mi <strong>de</strong>sesperación.<br />

Aunque, a <strong>de</strong>cir verdad, entonces no estaba <strong>de</strong>sesperado.<br />

Desesperarse significa rechazar por completo la esperanza. Yo no la<br />

había rechazado; era ella la que me había abandonado. Me <strong>de</strong>jó un<br />

vacío en el que no hay sitio ni para la rebeldía...<br />

Cierto día llevaron un paralítico a Jesús. Una gran multitud se<br />

agolpaba en torno a la casa don<strong>de</strong> estaba él, haciendo inaccesible la<br />

entrada. Los familiares <strong>de</strong>l paralítico, no queriendo privarle <strong>de</strong> la<br />

ayuda <strong>de</strong>l maestro, subieron al enfermo a la azotea, hicieron tiras con<br />

sus sábanas y le <strong>de</strong>scolgaron <strong>de</strong>jándole a los pies <strong>de</strong> Jesús, el cual no<br />

se extrañó; contempló al paralítico como si no viera su enfermedad, o<br />

como si <strong>de</strong>scubriera otra que sólo él podía ver, y dijo: «Estás curado<br />

<strong>de</strong> tus pecados...» Pero luego añadió otra palabra y el paralítico se<br />

levantó.<br />

No agujereé la azotea para echar a Rut a sus pies. ¡Al contrario!<br />

Cuando todos buscaban en él consuelo y fortaleza yo me avine a<br />

compartir su <strong>de</strong>bilidad. Aquella vez me dijo: «Tienes <strong>de</strong>masiadas<br />

preocupaciones... toma mi cruz.... ¿Podía saber entonces que su cruz<br />

es también la cruz <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los hombres y que al entregarle la<br />

mía, creyendo que así me libraba <strong>de</strong> ella, él me daba a cambio la<br />

suya? Ésta es su verdad...<br />

El sol se había elevado sobre las montañas y los levitas hacían<br />

resonar sus trompetas. Me paré para rezar la shema. Pero la oración<br />

cotidiana se quedó como paralizada en mis labios. En vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir:<br />

«Escucha, Israel; nuestro Señor es uno...» Brotó <strong>de</strong> mi corazón un<br />

grito: ¡Adonai, <strong>de</strong>vuélveme a Rut!» Y así me quedé repitiendo una y<br />

mil veces: «¡Devuélveme a Rut, <strong>de</strong>vuélvemela!» De pronto una fuerza<br />

<strong>de</strong>sconocida me selló los labios, me ahogó ese grito. Me pareció que<br />

mi cuerpo se entumecía y que me abandonaban los sentidos. Pero no<br />

podía caer; moría y no podía morir. El dolor, que iba <strong>de</strong>scribiendo<br />

círculos en torno mío como una fiera que se prepara a atacar, se<br />

abalanzó ahora sobre mi corazón y clavó en él todas sus garras.<br />

Aquello era el máximo grado <strong>de</strong>l dolor, era espina clavada en la carne<br />

viva. Como en sueños, comprendí que sólo podía <strong>de</strong>cir una palabra<br />

más y que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>cirla. Ella era mi única salvación. Murmuré con<br />

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