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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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con ello gran<strong>de</strong>s méritos a los ojos <strong>de</strong>l Eterno y, a<strong>de</strong>más, te cubrirás<br />

<strong>de</strong> gloria. Llegará un día en que la nación entera estudiará las<br />

hagadás <strong>de</strong>l rabí Nico<strong>de</strong>mo bar Nico<strong>de</strong>mo. Deseo que nunca hagas<br />

otra cosa y que no distraigas tu mente en cuestiones inútiles. Todos<br />

esperamos <strong>de</strong> ti más bellas y sabias narraciones... Escribe. Me<br />

disgustó saber que últimamente, en lugar <strong>de</strong> escribir, seguías a este<br />

hombre <strong>de</strong> Galilea. ¡Lástima <strong>de</strong> tu tiempo, ilustre rabí! Es mejor que<br />

escribas. Haciéndolo, sirves realmente al Altísimo. Yo te vi con una<br />

rama en la mano, corriendo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Él... Incluso creo que dijiste que<br />

era el Mesías...<br />

No contesté. Aparenté no haber oído las últimas palabras. No<br />

insistió. Pero seguía allí, encorvado, frotándose las manos con<br />

especial cuidado.<br />

—Este hombre —observó — se ha expuesto mucho... No le bastó<br />

contravenir los santos preceptos <strong>de</strong> la pureza, sino que, a<strong>de</strong>más,<br />

dispersó a los merca<strong>de</strong>res... Quizá tuvo razón al hacerlo... Pero fue<br />

una impru<strong>de</strong>ncia muy gran<strong>de</strong>. ¡Oh, los saduceos no podrán<br />

perdonárselo nunca! Ahora <strong>de</strong>sean su muerte. El que tiene a Caifás<br />

por enemigo pue<strong>de</strong> esperarlo todo... Y en todo momento... Sí, sí... —<br />

suspiró <strong>de</strong> pronto—, son graves los pecados <strong>de</strong> nuestro pueblo, muy<br />

graves. Quien haga penitencia por ellos <strong>de</strong>be sufrir mucho...<br />

Se alejó arrastrando los pies. Me puse a consi<strong>de</strong>rar el motivo <strong>de</strong><br />

haberme dicho todo aquello. Llegué a la conclusión <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bió<br />

impelerle a ello su odio hacia Caifás. Joel consi<strong>de</strong>raba que el sumo<br />

sacerdote es como un tumor purulento en el cuerpo <strong>de</strong> la nación: le<br />

odia mortalmente. Incluso su odio contra el Maestro disminuye cuando<br />

lo compara con el que siente hacia Caifás. Supongo que no le fue fácil<br />

avenirse a la alianza que Jonatán, hijo <strong>de</strong> Azziel, propuso a los<br />

saduceos en nombre <strong>de</strong> nuestros haberim, y me pareció que Joel me<br />

había hablado adre<strong>de</strong> <strong>de</strong>l peligro que ya ahora amenaza al Maestro.<br />

Eran los sacerdotes, principalmente, los que insistían en aplazar el<br />

prendimiento <strong>de</strong>l Maestro hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las fiestas. Pero ahora,<br />

heridos en lo vivo por las perdidas sufridas, son capaces <strong>de</strong> olvidar la<br />

pru<strong>de</strong>ncia.<br />

Después <strong>de</strong> razonar así las palabras <strong>de</strong> Joel, tomé una<br />

<strong>de</strong>terminación. En cuanto oscureció, cogí un asno y salí por la puerta<br />

Esterquilinia en dirección a Belén. Cuando estuve un poco alejado <strong>de</strong><br />

la ciudad, torcí hacia el monte <strong>de</strong> los Olivos y, atravesando los<br />

jardines <strong>de</strong> las la<strong>de</strong>ras, me dirigí a Betania. Quise <strong>de</strong> este modo <strong>de</strong>spistar<br />

a los espías que quizá vigilan mis pasos.<br />

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