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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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Mientras tanto el soldado se había levantado, pero su cabeza<br />

continuaba inclinada y tenía las manos juntas. Habló en griego con<br />

ese duro acento <strong>de</strong> los bárbaros <strong>de</strong>l Norte:<br />

—No te molestes, Señor... Al saber que venías he salido a tu<br />

encuentro para <strong>de</strong>cirte que no soy digno <strong>de</strong> que seas mi huésped y<br />

hables conmigo, ni <strong>de</strong> que yo te sirva... Ya sé — continuó —; basta<br />

que tú lo digas para que mi siervo que<strong>de</strong> curado. Eres como el tribuno<br />

que manda a un soldado: ve allá o haz aquello, y el soldado<br />

obe<strong>de</strong>ce...<br />

Se hizo un gran silencio. El centurión continuaba con la cabeza<br />

baja, a la sombra <strong>de</strong> un árbol. Los negros ojos <strong>de</strong>l nazareno se fijaban<br />

en el soldado <strong>de</strong> un modo extrañamente penetrante. Diría que con<br />

inquietud... Parecía estar esperando algo con gran tensión.<br />

—Vete, pues — dijo <strong>de</strong> pronto —. Has creído y ha sido como tú<br />

querías...<br />

Tampoco ahora el centurión levantó la cabeza. Con un rígido<br />

movimiento <strong>de</strong> soldado dobló la rodilla y se inclinó muy abajo, como si<br />

quisiera tocar con los labios el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la simlah <strong>de</strong>l maestro. Luego<br />

se levantó, en<strong>de</strong>rezando todo el cuerpo. Sólo entonces pu<strong>de</strong> ver su<br />

rostro, joven aún, resplan<strong>de</strong>ciente <strong>de</strong> alegría. Este hombre se había<br />

contentado con la palabra en vez <strong>de</strong> la obra. Vaciló, como si no<br />

supiera qué hacer: si correr adon<strong>de</strong> estaba el caballo, o caer otra vez<br />

<strong>de</strong> rodillas. De pronto levantó la mano e hizo un saludo militar al<br />

maestro <strong>de</strong> Nazaret, como a un general. Se fue a paso rápido hacia el<br />

caballo y montó <strong>de</strong> un salto. Tiró con tanta fuerza <strong>de</strong> las riendas que el<br />

corcel se encabritó. Dio media vuelta y comenzó a subir la cuesta.<br />

Todavía se volvió una vez y levantó la mano. Luego se lanzó al galope<br />

con un seco golpear <strong>de</strong> los cascos sobre el empedrado <strong>de</strong>l camino.<br />

Nos quedamos mirándole mientras se alejaba. Cuando la silueta<br />

<strong>de</strong> caballo y jinete <strong>de</strong>sapareció en la lejanía, Jesús se volvió hacia<br />

nosotros. Te he hablado ya <strong>de</strong> su alegría. Nunca la había vista tan<br />

patente. Se podría pensar que un manantial secreto había brotado en<br />

el corazón <strong>de</strong> este hombre. Sacudió ligeramente la cabeza, como si se<br />

extrañara o dudara <strong>de</strong> algo. Dijo en voz baja, casi para sí mismo:<br />

—Aún no he encontrado aquí una fe como la suya...<br />

Los ojos <strong>de</strong>l maestro se alzaron lentamente. Vi que, por encima <strong>de</strong><br />

nuestras cabezas, miraba el lago, parecido a una enorme forminge<br />

cruzada por la plateada cuerda <strong>de</strong>l Jordán, los montes <strong>de</strong> Galaad,<br />

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