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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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<strong>de</strong>tuvimos. Ellos dos se quedaron juntos, iluminados por las manchas<br />

<strong>de</strong> luz lunar que atravesaban las ramas <strong>de</strong>l árbol sin hojas. «Hijo», oí<br />

que <strong>de</strong>cía la mujer, «te lo suplico, no vayas... te lo ruego.» Añadió algo<br />

más, pero su susurro era poco claro. Luego Él habló también en voz<br />

muy baja sólo para ella. De pronto ella <strong>de</strong>jó escapar un grito doloroso,<br />

retrocedió unos pasos y se cubrió el rostro. Él se le acercó, inclinose,<br />

apoyó sus <strong>de</strong>dos en las mejillas <strong>de</strong> ella y la acarició como si Él fuera la<br />

madre que quiere borrar el dolor y las lágrimas <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> su hijo.<br />

No añadió nada más. Todo duró unos instantes apenas. Luego,<br />

suavemente, pero con firmeza, la apartó a un lado. Ella aún se resistía<br />

y sus manos se prendían en el manto <strong>de</strong> su hijo. La respiración agitada<br />

<strong>de</strong> la mujer estaba ahogada por las lágrimas. Pero Él se dirigía<br />

ya a la puerta <strong>de</strong> la Fuente, sin volverse; ella todavía exclamó: «<br />

¡Velaré...! » Ninguno <strong>de</strong> nosotros supo a qué se refería. Pasamos por<br />

su lado: se había quedado inmóvil bajo la higuera, con los brazos<br />

extendidos, y comenzamos a bajar, envueltos en la oscuridad, hacia la<br />

piscina. El Ophel quedaba a mano izquierda como un bosque <strong>de</strong><br />

arbustos, con su negro amontonamiento <strong>de</strong> casas: sobre él, más allá<br />

<strong>de</strong>l pórtico, brillaba el Templo. De nuevo parecía un coloso <strong>de</strong> belleza<br />

y fuerza. ¿Recuerdas, rabí, que Él dijo en cierta ocasión que no<br />

quedará <strong>de</strong> él piedra sobre piedra...? ¿Es posible que una cosa así<br />

ocurra? Dime, rabí, ¿lo crees posible? Porque a mí me parece que<br />

esto no ocurrirá. A Él le parecía que podría vencer a la gente <strong>de</strong>l<br />

Templo. ¡Pero son ellos los que le han vencido! ¿Quién lograría<br />

<strong>de</strong>rribar unos muros como éstos, construidos sobre una roca como<br />

ésta?<br />

Se restregó la nariz. Después <strong>de</strong> una pequeña pausa siguió:<br />

—A la <strong>de</strong>recha, allá don<strong>de</strong> la muralla forma una curva junto a la<br />

torre que da sobre la puerta Esterquilinia, todo aquel rincón está<br />

cubierto <strong>de</strong> tiendas <strong>de</strong> los que han venido para las fiestas. Pasamos<br />

por la puerta y seguimos bajando. De noche, el Cedrón resuena como<br />

el mar en tiempo <strong>de</strong> tormenta. Cuando salimos <strong>de</strong> la ciudad Él<br />

comenzó a hablar <strong>de</strong> nuevo. Se <strong>de</strong>tuvo junto a una vid, la tocó con la<br />

mano y dijo: «Somos como esta planta; yo soy el tronco y vosotros los<br />

sarmientos...» Repitió que nos amáramos... «Amaos, amaos siempre,<br />

amaos sobre todo en la hora más difícil...» No le entendíamos, nos<br />

dábamos codazos... Él lo vio. «Lo enten<strong>de</strong>réis todo cuando os man<strong>de</strong><br />

al Consolador... Él os lo enseñará todo... Debo marchar para que<br />

luego venga el Consolador... Yo iré con el Padre...» Entonces a mí y a<br />

Juan nos pareció que le habíamos entendido. En cierta ocasión<br />

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