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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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un hombre ya maduro, es natural que durante su infancia se vea<br />

forzado a encubrir su misión. Pero aunque no lo muestre, posee un<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l que pue<strong>de</strong> servirse cuando lo <strong>de</strong>see. El que hoy cura a las<br />

gentes es seguro que <strong>de</strong> niño nunca estuvo enfermo. Igualmente ella,<br />

su madre, es probable que no sintiese el tremendo miedo <strong>de</strong> toda<br />

mujer ante los primeros dolores... ¡Quién sabe! A lo mejor, durante el<br />

camino, tampoco sintió el azote <strong>de</strong>l viento, quizá sus pies no se<br />

helaron al contacto con el agua fría <strong>de</strong> los charcos: quizá tampoco<br />

sintió luego ese dolor que llega a oleadas. El sufrimiento y la miseria<br />

<strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> ser para ella sólo una apariencia que encubría la próxima<br />

gloria. Los viajeros, al cruzarse con ellos, se preguntarían si aquel par<br />

<strong>de</strong> caminantes que avanzaban penosamente, casi agotadas sus<br />

fuerzas, llegarían a alguna posada antes <strong>de</strong>l anochecer. Pero al<br />

pensarlo apretarían el paso preocupados sólo <strong>de</strong> que a ellos mismos<br />

no les faltara albergue. Aunque, ¿es cierto que a aquella mujer<br />

apenas le quedaban fuerzas para seguir andando? No, no: seguramente<br />

no fue así. En su interior <strong>de</strong>bían actuar ya los manantiales <strong>de</strong><br />

su po<strong>de</strong>r. Debía saber que no <strong>de</strong>sfallecería a medio camino, que no<br />

se encontraría mal antes dé tiempo, que lograría llegar a un lugar<br />

don<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r dar a luz cómodamente. A<strong>de</strong>más, aunque hubiera estado<br />

débil, sabría que nada malo iba a ocurrirle. ¡Y todo, incluso lo más<br />

horrible, no parece tan malo cuando se sabe que terminará bien!<br />

Llegué al punto más elevado <strong>de</strong>l camino, a partir <strong>de</strong>l cual<br />

comenzaba la bajada. El viento soplaba allí con una tremenda<br />

intensidad. Se extendía ante mí un valle largo y abierto que se perdía<br />

en la lejanía. Al otro lado, sobre una pequeña llanura situada entre<br />

una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> colinas, se encontraba Belén. La ciudad aparecía<br />

enclavada entre dos salientes rocosos <strong>de</strong> la montaña como un<br />

con<strong>de</strong>nado entre sus dos guardianes. Al poco rato, el viento disminuyó,<br />

pero, en cambio, comenzó a nevar. El aire se llenó <strong>de</strong> blancos<br />

copos que caían lentos y pesados y <strong>de</strong>saparecían apenas tocaban la<br />

tierra.<br />

Llegue al pueblecito cansado, helado y hambriento. Sólo <strong>de</strong>seaba<br />

una cosa: sentarme cerca <strong>de</strong> algún fuego. Me abandonaron las<br />

fuerzas para seguir buscando las huellas ajenas. Me sentí enojado<br />

conmigo mismo y censuré mi propia conducta. Me preguntaba por qué<br />

había <strong>de</strong>jado mis ocupaciones, mis meditaciones sobre las Escrituras<br />

y la composición <strong>de</strong> hagadás. En lugar <strong>de</strong> malgastar tiempo y energía<br />

caminando con aquel frío hacia un pueblucho cuyo pasado era una<br />

cosa bien muerta ya, hubiera hecho mejor quedándome junto a un<br />

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