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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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Pero, cuando atravesaba la ciudad con su carga a cuestas, le<br />

pararon los fariseos y los soferim, escandalizados. ¡Cómo! ¿No dicen<br />

muchas halakás que está prohibido llevar pesos en día <strong>de</strong> fiesta? ¡Y<br />

era un sábado! Comenzaron a repren<strong>de</strong>rle, pero el hombre se<br />

<strong>de</strong>fendía diciendo que aquél que le había curado le había mandado<br />

coger su lecho y marchar a casa con él. De nuevo me parece que este<br />

hombre tiene más po<strong>de</strong>r que sentido común. ¿Por qué le curó sin que<br />

él se lo hubiera pedido y precisamente en sábado? ¿No pudo haber<br />

esperado hasta el día siguiente? ¿Era aquél el que más había<br />

merecido su curación? Se crea enemigos inútilmente. Incluso los<br />

nuestros comienzan a odiarle. Porque escandalizar así a la gente es<br />

una muestra <strong>de</strong> insensatez. Estamos aquí para preservar la pureza, y<br />

quien <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>ce las leyes nos tiene por fuerza en contra <strong>de</strong> él.<br />

Nosotros, los fariseos, cuidamos <strong>de</strong> que cada palabra y cada acto <strong>de</strong>l<br />

pueblo sean constructivos. Mientras que él, haciendo cosas en<br />

principio buenas, escandaliza por el modo como las hace. ¡Y si la cosa<br />

terminase aquí...! Pero, al anochecer, aquel hombre encontró a Jesús<br />

en el Templo y comenzó a gritar: « ¡Mirad, mirad, éste es el que me ha<br />

curado! Es un gran<strong>de</strong> y sabio profeta...» Al oírlo, la gente acudió y<br />

formó corro en torno a ellos. Fueron también varios fariseos y<br />

hombres versados en las Escrituras. Uno <strong>de</strong> ellos, Saúl <strong>de</strong>l Hebrón,<br />

dijo al nazareno:<br />

—Has hecho un acto pecaminoso al curar a este hombre en<br />

sábado. Y todavía has aumentado tu pecado or<strong>de</strong>nándole que cargara<br />

con su jergón en día <strong>de</strong> fiesta...<br />

Fíjate ahora en lo que le contestó. Si juntos se hubieran puesto a<br />

examinar halakás, quizá hubieran encontrado alguna fórmula que<br />

explicara su comportamiento. Mas él, con voz pausada pero tajante<br />

como una espada, dijo:<br />

—Mi Padre obra así siempre, y yo obro así...<br />

Ahora compren<strong>de</strong>rás por qué todos se indignaron. Ningún profeta<br />

osó llamar al Eterno padre suyo. Quizás este hombre predica las<br />

enseñanzas <strong>de</strong>l santísimo Adonai. Se lo reconocí así aquella vez...<br />

Pero, ¡cuánto orgullo significa creerse más próximo al Altísimo que<br />

todos los otros mortales! Alguien exclamó:<br />

— ¡Has blasfemado!<br />

Pareció como si no hubiera oíd. Siguió exponiendo su i<strong>de</strong>a<br />

—El Hijo <strong>de</strong>be imitar al Padre en todo. El Padre, por amor al Hijo,<br />

le muestra su modo <strong>de</strong> obrar. Por esto veréis cosas mayores todavía,<br />

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