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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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no recuerdan en nada a aquellos ruidosos amhaares, tan<br />

insoportables por su firme convencimiento <strong>de</strong> que, gracias a su<br />

maestro, se convertirían en los amos <strong>de</strong>l mundo.<br />

De pronto oí a Simón. Antes <strong>de</strong> abrir la boca carraspeó y frunció<br />

las cejas con tanta fuerza, que se le <strong>de</strong>stacaron dos gran<strong>de</strong>s venas en<br />

las sienes. Preguntó con miedo, como quien son<strong>de</strong>a temeroso el<br />

fondo en el que ha quedado embarrancada su barca:<br />

—Entonces, si tal es la condición <strong>de</strong>l hombre con respecto a la<br />

mujer..., es mejor, ¿verdad?, no casarse...<br />

—No, Pedro. — Por primera vez oí que le llamaba por su nuevo<br />

nombre —. Hay quienes son eunucos ya en el vientre <strong>de</strong> su madre;<br />

otros fueron castrados por los hombres; pero hay también quienes se<br />

castraron a sí mismos para alcanzar el reino. Pero no temas el que<br />

sea capaz <strong>de</strong> esto, séalo...<br />

Pero el gran pescador no parecía aún convencido. Con brusquedad<br />

en la voz, casi con <strong>de</strong>sesperación, exclamó:<br />

—¿Cómo pue<strong>de</strong> vivir un hombre sin mujer, sin hijos y sin amor?<br />

¿Qué les habrá exigido ahora?, pensé. No me gusta Simón. Pero<br />

su intranquilidad era comprensible. Para seguir al maestro había<br />

abandonado su casa, su mujer, sus hijos. Quizá ni tuvo tiempo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> ellos. Pero no ha renunciado a ellos para siempre.<br />

Aunque cierto día el maestro dijo que nadie <strong>de</strong>jara el arado... «Pero,<br />

¿qué más exige ahora?», repetí en mi interior. El maestro dijo<br />

suavemente:<br />

—Hay cosas que el hombre no pue<strong>de</strong> hacer ni compren<strong>de</strong>r<br />

siquiera. Pero para el Eterno no hay nada imposible.<br />

Su mirada pasó <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> Simón, crispado por el esfuerzo, a<br />

los rostros angustiados <strong>de</strong> los otros discípulos, se <strong>de</strong>slizó sobre ellos<br />

como el <strong>de</strong>do <strong>de</strong> un músico sobre las cuerdas <strong>de</strong> una cítara y se fijó<br />

en mí. De nuevo sentí sobre mí su mirada, que es como un rayo <strong>de</strong><br />

sol, como la más <strong>de</strong>licada <strong>de</strong> las caricias.<br />

—Creedme — dijo —; aquello lo recibirá cien veces, y a<strong>de</strong>más la<br />

vida eterna...<br />

De nuevo sonrió y la congoja <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> sus rostros como<br />

<strong>de</strong>saparecen las sombras <strong>de</strong> la noche al contacto <strong>de</strong> un rayo <strong>de</strong> luz.<br />

Ellos son superficiales y se les pue<strong>de</strong> consolar con cualquier cosa.<br />

Pero reconozco que también en mí produjeron sus palabras una<br />

inmensa alegría. ¿Conoces esta sensación? No ha ocurrido nada,<br />

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