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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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—¿Ha vuelto a profanar los lugares santos con signos inmundos?<br />

— preguntó el rabí Jonatán.<br />

—Peor, ilustrísimo —. Caifás resollaba y tiraba con fuerza <strong>de</strong> su<br />

hermosa barba negra —. Peor aún, ilustrísimo. Este bárbaro... este...<br />

— el sumo sacerdote se atragantaba con su propia indignación —,<br />

este siervo romano, éste... ha osado robar... ¡ha robado al corbán! —<br />

gritó con los ojos <strong>de</strong>sorbitados, como si esta última palabra fuera una<br />

piedra que se le hubiera atravesado en la garganta.<br />

—¿Ha robado el tesoro <strong>de</strong>l Templo? — exclamaron muchas voces<br />

en diferentes rincones <strong>de</strong> la sala —. ¿Ha robado el tesoro <strong>de</strong>l Templo?<br />

— Estaban aterrados —. ¿Ha osado poner la mano sobre el tesoro <strong>de</strong>l<br />

Altísimo? — ¡Sí! ¡Lo ha robado! — gritó Caifás, golpeando el pupitre<br />

con sus gordas manos —. ¡Infame! ¡Impuro! ¡Bárbaro!... ¡Entró allí con<br />

los suyos y or<strong>de</strong>nó que se le dieran... trescientos talentos!<br />

Tras el grito <strong>de</strong> indignación que llenó por unos momentos la sala,<br />

se oyó la estri<strong>de</strong>nte voz <strong>de</strong>l rabí Onkelos:<br />

—Pero, ¿no ha sido robado todo el tesoro, sino sólo trescientos<br />

talentos?<br />

Se produjo un gran silencio.<br />

—Cada as que se encuentra en el corbán es propiedad <strong>de</strong>l Eterno<br />

— dijo uno <strong>de</strong> los saduceos.<br />

— ¡Trescientos talentos es una cantidad enorme! — exclamó otro.<br />

—Sí, lo sé, lo sé — dijo el rabí Onkelos — Pero todos querríamos<br />

saber exactamente cómo ha sucedido todo.<br />

Con voz ahogada, como si le tapasen la boca con un pañuelo,<br />

Caifás explicó:<br />

—El procurador Pilotos ha robado trescientos talentos <strong>de</strong>l tesoro<br />

<strong>de</strong>l Templo.<br />

—¿Y por qué no robó cuatrocientos? — preguntó el rabí<br />

Johanaan, interrumpiendo al sumo sacerdote.<br />

—Fue la cantidad que exigió...<br />

—¡Oh, qué amable! — dijo en tono burlón el rabí Eleazar —. ¿Y<br />

para qué quería tanto dinero?<br />

—Quería construir un acueducto... — contestó <strong>de</strong> mala gana<br />

Jonatán, hijo <strong>de</strong> Ananías.<br />

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