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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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Mi mujer me vuelve a tranquilizar, la cosa tampoco es para tanto, dice ella, ya nos apañaremos<br />

hasta el lunes, ya verás como no es tan complicado como parece. En fin, me siento a ver la tele con<br />

cara de pocos amigos, maldiciendo mi mala suerte. <strong>La</strong>s dos noches siguientes me las paso teniendo<br />

pesadillas con la dichosa llave de paso de la lavadora. Intento arreglarla, pero siempre hay algo que<br />

sale mal, siempre hay una maldita pieza que falta o que está mal instalada. Vuelta hacia un lado,<br />

vuelta hacia el otro.<br />

El lunes acudo a la ferretería con un nudo en la garganta. Voy a una que está en la esquina<br />

de la calle donde vivo, un negocio a la antigua usanza, pequeñito pero abarrotado de cosas de una<br />

manera casi anárquica, regentado por una simpática señora. Esta señora es la única que me explica<br />

las cosas con paciencia y me indica pormenorizadamente lo que debo hacer. Me explica las cosas<br />

varias veces, con una especie de cariño maternal, hasta que las entiendo. Creo incluso que me ha<br />

tomado cariño de tantas veces que acudo a pedir su consejo, hasta celebra como propios los<br />

pequeños éxitos que, gracias a su magisterio, voy acumulando. Sus ojos se iluminan emocionados y<br />

me dice con voz cálida y sincera: “ves, miniño, como poco a poco vas aprendiendo a hacer<br />

cositas...”<br />

Todo el mundo me dice que en este pequeño comercio los productos son más caros que en<br />

una gran superficie cercana especializada en ferretería y bricolaje, pero sus enormes pasillos y sus<br />

interminables secciones me sumen en la más profunda desazón, me siento como una de esas<br />

gallinas que sueltan en medio de un partido de fútbol, no sé ni por dónde empezar y casi nunca hay<br />

nadie a quien se le pueda preguntar, y no pasan dos minutos sin que empiece a desesperarme. Es<br />

superior a mis fuerzas. De modo que le pregunto a la simpática señora de la ferretería si tiene algún<br />

producto para pegar la llave de paso de la lavadora. <strong>La</strong> señora me mira con indulgencia y, después<br />

de recabar de mí toda la información que cree conveniente, me informa de que probablemente usar<br />

un pegamento no sea la solución más conveniente para este caso. Me explica que, según la<br />

descripción que le proporcionado, la llave es antigua y que en la zona donde residimos el agua<br />

acumula mucho salitre, lo cual somete al metal a una gran corrosión, motivo por el que dicha llave<br />

se habría despegado y no, como pensaba yo, por un defecto o una negligencia del fabricante; la<br />

única solución, continuó diciendo, consistía en cambiar la llave de paso por una <strong>nueva</strong>. Mis torpes<br />

esfuerzos por describir la pieza averiada no contribuían en nada a que la señora de la ferretería se<br />

pudiera forjar una idea de lo que me hacía falta, de manera que no me quedó más remedio que<br />

volver a casa, desmontarla y llevársela para que le echara un vistazo. Mala suerte, se trataba de un<br />

modelo que ya no se fabricaba. El alma se me cayó al suelo, ¿qué iba a hacer yo ahora? Pero nada,<br />

me dijo, tranquilo, sólo tienes que comprar una llave de paso como las que se fabrican ahora y<br />

montarla, aunque en realidad tenía que llevarme dos, porque la antigua aglutinaba en una única<br />

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