La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf
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ocurra cualquier avería en la casa. Así es, el sábado por la noche. Y ¿por qué? Pues porque al día<br />
siguiente todo está cerrado y no se puede hacer nada hasta el lunes, salvo llamar por teléfono a un<br />
profesional de esos que montan guardia las veinticuatro horas y que salen más caro que irse de<br />
putas —cuando he dicho “profesional” y “veinticuatro horas” inevitablemente me ha venido a la<br />
cabeza este noble oficio—, es decir, te clavan un polvo hasta lo más hondo y apenas recibes a<br />
cambio algo que lo justifique, lo cual casi equivale a ser violado. De modo que todo comenzó hace<br />
tres semanas un sábado por la noche, seguramente pocos minutos después de cerrar la ferretería (la<br />
ley de Murphy siempre se cumple en estos casos). Bum, saltó por los aires la bomba —nunca mejor<br />
dicho— de agua del edificio y, por algún motivo, a lo mejor a causa de la maldición de la que<br />
hablaba antes, resultó que mi mujer y yo éramos los únicos que no nos encontrábamos en nuestra<br />
vivienda a esa hora fatídica. Esto tuvo su importancia porque por lo visto el seguro de la comunidad<br />
pudo hacerse cargo de que un camión-cuba permitiera a los demás vecinos almacenar agua, la<br />
suficiente como para no pasar privaciones hasta el lunes, cuando el servicio de mantenimiento<br />
vendría a realizar la reparación. En resumen, tuvimos que pasarnos esa noche, el día siguiente y el<br />
lunes por la mañana sin higiene corporal, arrojando a las vasijas de los baños parte del agua que<br />
teníamos para beber, que era prácticamente la justa para el fin de semana y con el fregadero a<br />
reventar de loza. <strong>La</strong> casa parecía una pocilga, claro que nosotros tampoco salíamos demasiado bien<br />
parados.<br />
Está claro que el sábado por la noche es la peor hora para producirse una avería, quizás fue<br />
por ese motivo por el que al siguiente sábado por la noche se produjo, en efecto, una <strong>nueva</strong> avería.<br />
Llegados a este punto, ¿qué otra cosa se puede pensar sino que hay algo de anormal en todo esto,<br />
quiero decir, de paranormal? Bum, salta por los aires la llave de paso a la que está conectada la<br />
lavadora. <strong>La</strong> solana se inunda de agua, se mojan las paredes y todo lo que está al alcance del chorro<br />
de agua que sale con fuerza descontrolada de la tubería abierta. Salgo como un loco a cerrar la llave<br />
general. Todo ha quedado hecho un desastre. Joder, ¡y otra vez sábado por la noche! Ahora que el<br />
agua está cortada me acerco para examinar lo ocurrido. Casi no puedo creer lo que veo, pareciera<br />
como si la llave de paso la hubieran serrado con una hoja metálica... Un escalofrío me recorre el<br />
espinazo: es la maldición, coño, aquí hay espíritus o vaya uno a saber... Llamo a mi mujer para que<br />
sea testigo de este suceso sobrenatural. <strong>La</strong> sangre se me ha ido del rostro, ella, sin embargo, me<br />
tranquiliza: “no, mira, no se trata de un corte de sierra, es que esta junta se ha despegado”.<br />
¿Despegado? ¿Y por qué diantres no le han puesto un pegamento que valga la pena? Ah, sí, se me<br />
ocurre pensar, porque así nos obligan a comprar sus productos cada cierto tiempo y se enriquecen a<br />
nuestra costa, a costa de mi salud, digo en voz alta, casi gritando, casi histérico, porque a mí estas<br />
cosas me envenenan la sangre y me cuestan un disgusto, cualquier día me da un ataque al corazón.<br />
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