La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

ordenador y me he dedicado con una disciplina más que aceptable a pasar a limpio y organizar todo
(en ese ínterin ha sido inevitable que fueran surgiendo ideas para nuevos proyectos, y así la tarea ha
ido en aumento). Para mi sorpresa, esta labor se me ha revelado de lo más gratificante, una especie
de alquimia para el intelecto donde la búsqueda de la perfección me ha espoleado a abrir nuevos
horizontes, buscar nuevas fórmulas expresivas y formales, incluso a buscar referencias en escritores
que hasta el momento no había leído. Hasta tal punto me he aplicado que no es ninguna falacia
afirmar que desde entonces la perfección de mi estilo literario ha ido acompañada de una evolución
en lo personal, es decir, creo que me he convertido en mejor persona (o eso espero). Me consta por
lo menos el hecho de que algo substancial en mí debe haber cambiado cuando ya de forma
recurrente han sido unos cuantos los que me han comentado “oye, te noto diferente…” Hombre,
respondo yo con modestia, sigo siendo el mismo de siempre, aunque sé que en el fondo no es del
todo cierto.
En estos momentos se me antoja que he hecho algunos progresos que puedo calificar de
notables: he advertido cómo se me ha aguzado la creatividad y la sensibilidad, por ejemplo. Una
prueba de ello es que ahora se me ocurren muchas más historias, poemas e ideas que antes, y a una
velocidad tal (a veces incluso cuando estoy durmiendo) que probablemente necesitaría varias
existencias para poder darles forma y pasarlas al papel. La vida es tan maravillosa (la afirmación es
un poco cursi) que es una pena que sea tan frágil (quizás por eso es maravillosa) y limitada —dudo
que la vida en el Cielo, si es que existe (y va a ser que no), pueda siquiera comparársele.
Pero bueno, resultó que un día, hace unos meses, tenía pasado a limpio varias obras y textos.
Como consideré que lo mejor de entre todo ello eran un par de novelas —una de éstas casi un relato
largo— decidí enviárselas a un editor. Las condiciones que exigían me parecieron razonables: unas
tasas por la molestia de examinarlas y una declaración personal firmada de que las composiciones
eran originales. Sin embargo, comoquiera que había transcurrido el tiempo que se estipulaba para
remitir una respuesta y no me había llegado ninguna, decidí acercarme personalmente a la editorial
para pedir explicaciones. Por teléfono concerté una cita con el Sr. Editor y acudí a la misma en el
día y horario fijados.
Esto fue más o menos lo que sucedió.
Yo: Buenos días, vengo a pedirle satisfacción de unos escritos que les remití por correo y de los que
aún, a pesar de haber corrido el plazo, no he recibido información alguna.
Sr. Editor: Ajá.
Yo: Quiero decir que no me han informado sobre si piensan publicármelos o no.
Sr. E.: Ajá.
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