La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf
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filosofar—, además, no dejo de maravillarme con la cantidad de cosas y situaciones con las que<br />
incesantemente me deparo. Ni mucho menos soy botánico o naturalista de ningún tipo —ni siquiera<br />
recuerdo mis clases de Naturales en la escuela—, pero me detengo a contemplar una flor que hasta<br />
el momento no había visto, o para escuchar el canto de un pájaro u observar algún gato callejero<br />
haciendo de las suyas; me he hecho amigo de muchos gatos, y a cada uno le pongo un mote.<br />
También me dejo seducir por algún objeto curioso, de los muchos desechados por esta sociedad de<br />
consumo cuya alma parece estar vacía (tanto como repleta de artículos inútiles). Un día, por<br />
ejemplo, atrajo mi atención un coche abandonado de apariencia antigua y hecho ya una auténtica<br />
chatarra. Se trataba de un modelo del que nunca había tenido noticias, y recuerdo haberme detenido<br />
para examinarlo durante un buen rato. Llegué a la conclusión de que en otro tiempo debió detentar<br />
cierto estatus; consumí mucho tiempo imaginando a los que debieron ser sus dueños, siempre que<br />
paso por su lado me figuro muchas historias. En <strong>otras</strong> ocasiones, en fin, me he entretenido en<br />
intentar averiguar la utilidad de los más variados aparatos electrónicos, en examinar piedras<br />
curiosas, insectos inusuales. Llevo una especie de contabilidad de los hormigueros que hay en el<br />
barrio y de los sitios preferidos por los grillos. <strong>La</strong> gente se molesta mucho con el canto de los<br />
grillos, a mí, en cambio, su canto me produce una sensación de paz inefable; me entristece que<br />
algunos intenten matarlos con la excusa de que les interrumpe el sueño. Bueno, a mí me perturban<br />
esos desalmados que pasan bajo mi ventana con los tubos de escape abiertos, y no por eso se me<br />
ocurre atentar contra sus vidas, por mucho que el primer impulso me empuje en esa dirección (para<br />
qué voy a decir lo contrario).<br />
Ahora bien, lo más extraordinario, con diferencia, que me sucedió en el transcurso de mis<br />
paseos fue sin lugar a dudas el hallazgo de un artefacto bastante notable (y lo que portaba dentro).<br />
Había atravesado un pequeño matorral y me encontraba bajando un barranco con la intención de<br />
visitar a una colonia de lagartijas con la cual había entablado alguna amistad cuando, de repente,<br />
detrás de un recodo formado por piedras volcánicas, casi me di de bruces con lo que parecía un<br />
huevo gigante revestido de algún tipo de metal. Me quedé muy sorprendido, en suspenso, diría yo,<br />
¿de dónde diablos había salido aquello? Reverberaba al sol de una manera muy intensa, pero lo<br />
curioso era que los destellos que desprendía no dañaban la vista, realmente se trataba de algo muy<br />
inusual. Justo cuando extendía mi mano para palpar la superficie de ese material tan asombroso, se<br />
abrió un pequeño compartimento del que saltó con mucha agilidad un hombrecillo de aspecto<br />
inmundo. Me llevé un susto de muerte. Nos quedamos mirando el uno al otro con suma<br />
desconfianza, lo cierto es que me transmitía las más negativas sensaciones, no terminaba de<br />
entender cómo de algo tan inmaculado como aquel huevo metálico había salido un ser tan repulsivo<br />
y estrafalario.<br />
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