disfrutar un poco. No obstante, pasados unos minutos sin lograr establecer tono, miró con perplejidad la pequeña pantalla del aparato: le avisaba de que el sistema estaba fuera de cobertura. El Sr. Presidente casi no se lo podía creer. Había esperado ese momento con verdadera fruición: se lo tenía merecido, era lo mínimo que podía pedir cualquiera con una responsabilidad tan grande como la suya. Una sombra de frustración le nubló el semblante. Entonces, respiró profundamente y descargó con furia: “¡Puto sistema!”. 64
El gran gurú Todos Le recordaremos por Su gran claridad de espíritu, por Su gran altura intelectual, por la profundidad abismal de Su pensamiento, inigualable y prístino. Su mirada era un manantial de agua cristalina; Su voz, como la brisa cálida que sucede a la tormenta. <strong>La</strong> serenidad y sabiduría que irradiaba Su presencia (y no digo Su persona porque implicaría ello alguna cualidad del yo individual y finito, realidad terrenal que Él había trascendido por completo) era una fuente inagotable de inspiración para todos nosotros, sus discípulos. En efecto, ¿cómo no recordarLo? ¿Cómo olvidar al Gran Maestro? ¿Cómo olvidar, asimismo, Su Doctrina, ese poderoso aliento que todavía es capaz de sostener nuestras almas mortales y pecadoras? En efecto: ¿cómo olvidarLo? No, no podríamos; ni aun poniendo en ello todo nuestro empeño. Ni aun viviendo por toda la Eternidad, porque si por toda la Eternidad viviéramos significaría estar con el Maestro. Y entonces, ¿cómo olvidarLo? ¿Podríamos olvidarnos de nosotros mismos? Pues de esa forma tan completa nos sentimos ligados a Él, la luz de nuestra débil existencia. Que Dios Le guarde en su seno, ya que Él mismo es también como si fuera Dios, y todo lo que es Dios a Dios acaba uniéndose en un Todo Único y Eterno. En efecto, todavía puedo verLe en la cima de las altas cumbres, a la intemperie, sometido a todas las inclemencias de la naturaleza y a todas las privaciones inimaginables. Un día —un día sagrado para todos los que seguimos Su Doctrina—, estando Él en lo más hondo de Su profunda meditación, en un estado de gracia absoluta e inefable, recibió la Gran Revelación. Jamás olvidaremos Aquel Día, que así se llama ese día, que en realidad era noche por la ignorancia en la que estaba sumida la humanidad, pero que Su Sabiduría transformó inmediatamente en día: en Aquel Día. El cielo y la tierra se estremecieron, brotaron agua y sangre de las rocas y se abrieron las nubes en haces de luz reverberante y en esplendorosa gloria y una cohorte de ángeles, arcángeles y querubines descendió desde las alturas divinas entonando trompetas de nácar con un sonido atronador y terrible que sacudió los cimientos del mundo. Y ocurrió el Gran Milagro, como si fueran pocas las maravillas que precedieron a esta otra y Suprema Maravilla: Él empezó a levitar ante nuestra miserable mirada pecadora y estupefacta, impulsado por una cascada de plata que nacía de la tierra y lo erguía a las alturas como un soplo todopoderoso y sobrenatural. Y entonces nos reveló <strong>La</strong> Gran Verdad. Dijo Él, en un estado de gracia divina indescriptible, con una voz que 65
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