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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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dependiente me miró de arriba abajo como si yo hubiera salido de un agujero; tras una pausa, que se<br />

me antojó eterna, me dijo con indiferencia que no tenía lo que buscaba, y volvió a examinar su<br />

albarán, despreocupándose enteramente de mi persona. Me quedé desolado. Recorrí media docena<br />

de ferreterías más, con idéntico resultado.<br />

Sólo había una cosa que hacer: volver a la ferretería de la esquina a ver si la amable señora<br />

era capaz de alumbrarme alguna otra solución. Entré cabizbajo, con aire derrotado. Le conté cuanto<br />

me había sucedido, estaba a punto de echarme a llorar. Me dijo que debí explicarle al personal de<br />

las ferreterías en qué consistía exactamente mi problema, porque, siguió diciendo, de haberlo hecho<br />

con toda seguridad habrían encontrado una alternativa, tal como venderme dos piezas separadas<br />

que, acoplándolas la una con la otra, me habrían surtido el mismo efecto que la pieza completa, el<br />

famoso racor Marsella..., cosa que ella no podía hacer porque tampoco disponía de éstas. “Mira,<br />

miniño, tú vas allí y les explicas que necesitas cuatro adaptadores, ¿entiendes?, porque vas a montar<br />

dos piezas en cada salida de agua, una para la caliente y otra para la fría; dos de ellos tienen que ser<br />

hembra-hembra de media pulgada, los que vas a enroscar en la pared, y los otros dos, macho-<br />

hembra de media y tres cuartos para encajarlos con las llaves de paso que te llevaste, aunque<br />

también podrían ser dos hembra-macho de media y tres cuartos y dos hembra-hembra de tres<br />

cuartos...” Me quedé a cuadros (no sé si a media o a tres cuartos), lo que decía me sonaba a chino.<br />

<strong>La</strong> señora de la ferretería decidió que lo mejor sería que me lo escribiese en un papel, eso hizo que<br />

me sintiera aliviado. Por fin no me quedó más remedio que presentarme en las ferreterías con un<br />

papel en la mano, como alguien que de hecho no tenía ni puta idea. Era una situación bastante<br />

embarazosa, porque me hacía parecer un crío al que su mamá hubiera mandado a la tienda, pero sin<br />

lugar a dudas propició que pudiera dar con las piezas que necesitaba. Cuando me estaba marchando<br />

de la ferretería uno de los dependientes me preguntó si tenía cinta de teflón. “Cinta de teflón, cinta<br />

de teflón”, pensé, “¡ah, sí, coño, la cinta de teflón!” Y volví atrás y compré dos rollos, estaba<br />

dispuesto a cubrir las roscas con todo el teflón que fueran capaces de soportar, sentía sed de<br />

venganza, “les voy a meter cinta hasta por el culo”, y a ver si se atrevían después de eso a verter una<br />

sola gota de agua.<br />

Llegado a casa, el montaje de los adaptadores a las tuberías no es que fuera precisamente<br />

un camino de rosas, pero tras varios intentos infructuosos y algunas imprecaciones altisonantes<br />

conseguí montar las llaves de paso y restablecer el suministro de agua en la casa. <strong>La</strong> operación,<br />

entre una cosa y otra, me había llevado todo el día. Estaba agotado, lo cual excluía la posibilidad de<br />

sentir cualquier emoción relacionada con el triunfo, antes bien me estaba cagando en todos los<br />

muertos de los fabricantes de fontanería y constructores de edificios. A decir verdad no estaba de<br />

humor para nada; mi mujer ya me conoce y muy prudentemente se cuidó de dejarme a solas con mis<br />

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