La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf
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El gran gurú<br />
Todos Le recordaremos por Su gran claridad de espíritu, por Su gran altura intelectual, por la<br />
profundidad abismal de Su pensamiento, inigualable y prístino. Su mirada era un manantial de agua<br />
cristalina; Su voz, como la brisa cálida que sucede a la tormenta. <strong>La</strong> serenidad y sabiduría que<br />
irradiaba Su presencia (y no digo Su persona porque implicaría ello alguna cualidad del yo<br />
individual y finito, realidad terrenal que Él había trascendido por completo) era una fuente<br />
inagotable de inspiración para todos nosotros, sus discípulos.<br />
En efecto, ¿cómo no recordarLo? ¿Cómo olvidar al Gran Maestro? ¿Cómo olvidar,<br />
asimismo, Su Doctrina, ese poderoso aliento que todavía es capaz de sostener nuestras almas<br />
mortales y pecadoras? En efecto: ¿cómo olvidarLo? No, no podríamos; ni aun poniendo en ello todo<br />
nuestro empeño. Ni aun viviendo por toda la Eternidad, porque si por toda la Eternidad viviéramos<br />
significaría estar con el Maestro. Y entonces, ¿cómo olvidarLo? ¿Podríamos olvidarnos de nosotros<br />
mismos? Pues de esa forma tan completa nos sentimos ligados a Él, la luz de nuestra débil<br />
existencia. Que Dios Le guarde en su seno, ya que Él mismo es también como si fuera Dios, y todo<br />
lo que es Dios a Dios acaba uniéndose en un Todo Único y Eterno.<br />
En efecto, todavía puedo verLe en la cima de las altas cumbres, a la intemperie, sometido a<br />
todas las inclemencias de la naturaleza y a todas las privaciones inimaginables. Un día —un día<br />
sagrado para todos los que seguimos Su Doctrina—, estando Él en lo más hondo de Su profunda<br />
meditación, en un estado de gracia absoluta e inefable, recibió la Gran Revelación. Jamás<br />
olvidaremos Aquel Día, que así se llama ese día, que en realidad era noche por la ignorancia en la<br />
que estaba sumida la humanidad, pero que Su Sabiduría transformó inmediatamente en día: en<br />
Aquel Día. El cielo y la tierra se estremecieron, brotaron agua y sangre de las rocas y se abrieron las<br />
nubes en haces de luz reverberante y en esplendorosa gloria y una cohorte de ángeles, arcángeles y<br />
querubines descendió desde las alturas divinas entonando trompetas de nácar con un sonido<br />
atronador y terrible que sacudió los cimientos del mundo. Y ocurrió el Gran Milagro, como si<br />
fueran pocas las maravillas que precedieron a esta otra y Suprema Maravilla: Él empezó a levitar<br />
ante nuestra miserable mirada pecadora y estupefacta, impulsado por una cascada de plata que nacía<br />
de la tierra y lo erguía a las alturas como un soplo todopoderoso y sobrenatural. Y entonces nos<br />
reveló <strong>La</strong> Gran Verdad. Dijo Él, en un estado de gracia divina indescriptible, con una voz que<br />
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