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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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seguro de que comprendió que debía hacerlo picadillo.<br />

Mi consejo es que no se apegue demasiado a sus personajes... No le vaya a suceder como a<br />

Alejandro Dumas, quien lloró, según se cuenta, cuando dio muerte literaria a Porthos, uno de sus<br />

inolvidables mosqueteros (los franceses no son necesariamente más listos que nosotros). Es lo que<br />

hay.<br />

Llegado a este punto, me veo obligado a trasladarle una importante advertencia. Como le<br />

comentaba hace un momento, deberá hacer algo más que elaborar un final catastrófico meritorio y<br />

perfecto. Esto por sí solo no basta para definir un clásico, le imprime un sello de autenticidad, por<br />

así decirlo, pero hace falta que un elemento de conjunto le dé sustancia, coporeidad, sentido. Tome<br />

nota de esto: su obra, como un todo, debe erigirse en una metáfora profunda de la vida. Vamos, no<br />

se asuste, ya verá como no es para tato. Considere que usted, puesto a escribir un clásico, debe<br />

seducir a los que se hacen llamar intelectuales. Ahora, imagínese a un intelectual. Un ser cuya sola<br />

visión despierta en el más cuerdo un sentimiento espontáneo de repulsa. ¿Por qué? Mírelo<br />

detenidamente. Intenta vestir bien, pero su aspecto es desaliñado y sucio, como el de un mendigo<br />

que intentara colarse en un club social. Un dato que quizás le interese saber: nadie jamás ha visto a<br />

un intelectual en una tienda de electrodomésticos comprando una plancha. No les gusta lavarse el<br />

pelo (tampoco se les ha visto nunca en una sección de cosméticos), diría más, no les gusta bañarse<br />

en absoluto, ni afeitarse (deben tener algún precepto religioso que les impide mantener amistad con<br />

los barberos). Siempre llevan un libro hecho jirones bajo el brazo, un libro capaz de leerlo,<br />

hablando en plata, más que su puta madre, apto sólo para quienes cultivan un odio visceral hacia sí<br />

mismos. El creyente fanático castiga sus propias carnes con un azote o un cilicio apretado al muslo;<br />

el intelectual lo hace torturando su mente con textos escritos específicamente para tal fin. Créame:<br />

el tipo de lectura que gusta a esta gente no aporta más que tormento.<br />

<strong>La</strong> vida del intelectual auténtico es disoluta y un caos monumental hecha de calzoncillos<br />

sudados de pis y resacas de vómitos en madrugadas de alcohol barato y drogas. Y, ah, todos sin<br />

excepción son asiduos de los lupanares de peor estrato, habituales de los bajos fondos, bares de<br />

borrachos y sórdidas pensiones infestadas de chinches.<br />

¿Tiene esa imagen en su mente? Pues bien, ahora intente figurarse lo que significa la<br />

existencia para uno de estos aberrantes seres. <strong>La</strong> nada, el absurdo, un montón de mierda apilada en<br />

el más infecto de los baños públicos. Y eso es precisamente lo que debe reflejar su obra. No importa<br />

que usted opine que la vida es un hecho hermoso o algo para flipar en colores y cosas por el estilo;<br />

jamás deberá manifestar algo semejante en voz alta. En el mundillo de la intelectualidad se tiene<br />

como señal de elevada sabiduría aceptar la idea de que la vida es un saco de basura que no sirve<br />

sino para vomitar de asco y defecar encima. Así es que tenga cuidado, intente estar a la altura. Antes<br />

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