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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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Y ya por último lo que le queda es lanzarse a la desesperada, lo que se dice a degüello:<br />

salga por ahí diciendo que practica el sexo con los peces, con la momia de Napoleón o que<br />

mantiene un romance con el fantasma de Cleopatra, o cualquier cosa semejante. No hay excusa que<br />

valga, como puede comprobar le ofrezco innumerables alternativas por las que transitar, si no<br />

aprovecha ninguna —hay gente que me pagaría una fortuna por esta información—, es su problema.<br />

Ahora bien, ha llegado la hora de ponernos serios, de comprobar hasta dónde realmente<br />

está dispuesto a llegar. Porque si lo que usted ansía es convertirse en algo más que un mero escritor<br />

de novelas baratas, es decir, obtener un éxito imperecedero que perdure a lo largo de las<br />

generaciones, el reconocimiento de la Real Academia, el Premio Nobel, la unanimidad de los<br />

intelectuales y de la crítica “entendida”, en definitiva, el Amor con mayúsculas, no le queda más<br />

remedio que que echarle huevos al asunto y acogerse a la opción numero dos: ¡escribir un clásico!<br />

No se desanime, la empresa no es tan complicada como parece, tan sólo hace falta saber cómo<br />

llevarla a cabo, y ya estoy yo aquí para ayudarle. Así es que vamos por partes.<br />

En primer lugar hay que preguntarse en qué consiste exactamente un clásico. <strong>La</strong>s<br />

respuestas demasiado académicas o filosóficas tienen el defecto de que lo complican todo y no nos<br />

llevan a ninguna parte. De forma que cortaremos por lo sano e iremos directamente al quid de la<br />

cuestión, echando mano del más descarnado pragmatismo. Bueno, sí, lo vamos a simplificar todo de<br />

la manera más burda y grotesca que conocemos, hasta el esperpento mismo, vamos a destrozar sin<br />

piedad los pilares supuestos del saber más elevado... pero si usted no se lo cuenta a nadie, lo que es<br />

yo, no diré ni mu. Iniciemos diciendo que un clásico es una obra —un libro, una pintura, una<br />

representación teatral o una producción cinematográfica, qué más da— en la que, en el 99 % de los<br />

casos, finaliza con una escena sublime de tragedia: el protagonista, su novia, su esposa, su amada,<br />

su hijo o hija, su padre, madre, pariente cercano o amigo muere de forma más dramática que mente<br />

humana pueda concebir (ahorcado, asesinado, a consecuencia de una grave o inverosímil<br />

enfermedad, devorado por una bestia, víctima de una catástrofe natural o de un horrible accidente, o<br />

bien se suicida, etc.), se vuelve loco, acaba en un convento o en un paraje al otro lado del mundo, se<br />

marcha sin que nadie sepa jamás de él o de ella, comete un crimen horrendo, le cae una maldición,<br />

termina despreciado por todos, se corta el pito u amputa otra parte igual de dolorosa de su cuerpo,<br />

se china, se arranca los ojos o, en fin, es objeto de cualquier calamidad, casi siempre la peor<br />

imaginable en el peor de los escenarios posibles.<br />

Se lo dije: íbamos a simplificar mucho las cosas, pero le aseguro que estoy siendo muy fiel<br />

a la realidad. Seguro que un catedrático de literatura o de arte nos amargaría la existencia<br />

explicándonos el concepto de lo clásico, su significado profundo para el ser humano y su<br />

concordancia con esta o aquella teoría según no sé qué estudioso o pensador. Pero desengáñese: no<br />

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