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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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demasiados miembros como para poder subsistir todos juntos). No tenía a quien pedir ayuda. Tuve<br />

que recurrir a la caridad de unos familiares que vivían aquí y que hacía por lo menos diez años que<br />

no veía. Mi situación era tan desesperada que tuve que marcharme del país precipitadamente. Ni<br />

siquiera me dio tiempo de despedirme de ella. Pasaron varios meses hasta que pude encontrar una<br />

ocupación y organizar mi vida, aunque fuera de forma rudimentaria. Desde la distancia intenté<br />

contactar con ella, pero la familia que la había acogido me informó que se había marchado a otra<br />

ciudad y que no tenían noticias de su paradero. Eso casi acabó con mi vida. Perdí la esperanza.<br />

Sr. E.: ¡Oh, es sublime! Ese sufrimiento suyo… ¡Qué envidia! Es todo lo que yo hubiera querido<br />

para mí… Un amor imposible, la desesperanza, el vacío, el dolor, circunstancias azarosas y<br />

adversas… Debe alegrase de todas esas calamidades que le han tocado en suerte… Seguro que<br />

incluso a día de hoy está hundido.<br />

Yo: Ah, no, qué va. Resulta difícil de creer, pero me rehice, me levanté de mis cenizas, moví cielo y<br />

tierra para encontrarla y, ¿sabe qué?, la encontré. Así como se lo cuento. Nos casamos y en la<br />

actualidad vivimos en la ciudad y somos felices.<br />

Sr. E.: ¿Felices? ¡Imbécil, lo ha echado todo a perder!<br />

Yo: ¿Pero no es eso lo que todo el mundo desea?<br />

Sr. E.: Sí, por supuesto, los tontos de remate que no se dan cuenta de la miseria que es la vida…<br />

Yo: Pues yo creo que la vida es maravillosa.<br />

Sr. E.: ¡No!, no diga eso, por favor. ¿Es que todos los padecimientos por los que ha pasado no le<br />

han servido de nada?<br />

Yo: Oh, sí, ya lo creo que me han servido, ¡y de mucho! Me han enseñado a apreciar la vida, a<br />

valorarla como si fuera un tesoro inestimable, a amar su fragilidad y su equilibrio, el milagro que<br />

supone y todas las posibilidades que encierra.<br />

Sr. E.: Por Dios, no me diga que le ha comido el coco una secta religiosa…<br />

Yo: Usted mismo, ¿no acaba de decir que tiene una relación desgraciada con su mujer? Debería<br />

sentirse satisfecho.<br />

Sr. E.: Sí, claro, pero yo me casé con ella por puro interés. No es lo mismo, no cuenta a efectos<br />

literarios… Lo suyo sí era auténtico… ¡Qué lástima!<br />

Yo: Venga, hombre, usted deja entrever que es tremendamente infeliz, y sin embargo eso parece no<br />

servirle de gran cosa…<br />

Sr. E.: Bah, lo mío ni siquiera puede calificarse de sufrimiento… Podría calificarse, si acaso, como<br />

pequeñas miserias, menudencias burguesas… absolutamente inservibles como materia prima<br />

literaria, desechos en su esencia más pura… Porque, ¿contra quién podría revelarme yo? ¿Contra mi<br />

corredor de bolsa? ¡Ridículo! ¿Contra los maridos de mis secretarias? ¡Já! En cambio, usted… ¿No<br />

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