La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

encontraba el Maestro reunido con Sus discípulos cuando, de repente, tomado por un éxtasis divino,
sujetó por el cuello a Su Discípulo Más Amado, el que siempre le hacía la pelota, justo cuando se
encontraba engullendo como una bestia enloquecida la primera cena caliente en ocho años, y lo
arrojó por el despeñadero en el mismo instante en que le echó el ojo a la mitad de un hueso que
todavía no había rebañado del todo. Y entonces dijo:
“He aquí la segunda Gran Noble Verdad Incontestable y Absoluta de la Existencia:
¡Todo lo que baja jamás vuelve a elevarse!”
La fuerza de esta Gran Noble Verdad cambiaría nuestras vidas para siempre. Se trataba, más
que de una verdad, de un axioma irrefutable y absolutamente demostrable por sí mismo en cualquier
condición y tiempo. En efecto, el Discípulo Más Amado no volvió en su vida a subir la montaña:
acabó tetrapléjico en una silla de ruedas. ¡Qué afortunado! Sufrió el destino que cada uno de
nosotros hubiera deseado para sí: servir de herramienta para que nuestro Gran Maestro demuestre la
fuerza de Su Sabiduría. Desde entonces se convirtió en un testimonio vivo de la Verdad de la Gran
Doctrina. ¡Qué dicha la de este mortal pecador! No tenemos la menor duda de que tiene un lugar
reservado a la derecha del Gran Maestro (aunque no sabemos cómo se las va a arreglar para situarse
en esa posición, dado su destartalado estado físico).
A raíz del incidente que dio lugar a la Segunda Gran Noble Verdad, se fundó la Escuela
Exegética del Batacazo Perfecto. Sus seguidores alcanzan la iluminación de la forma más elevada,
es decir, de la forma más baja (elevada y baja, porque la Gran Doctrina está más allá de los
conceptos): son arrojados por sus maestros desde el mismo despeñadero que lo fue por el suyo el
Discípulo Más Amado. Según sus testimonios, la experiencia es puro éxtasis, la alquimia más
perfecta del alma. Y a fe, a juzgar por la expresión de sus rostros después de haber volado sin
paracaídas y haberse partido las narices no cabe dudar de sus palabras: es la imagen misma de la
realización y de la elevación espiritual más avanzada. Después del batacazo, ya no se tienen
pensamientos impuros (y de ningún tipo, claro), el iniciado se queda en un estado de
agilipollamiento divino que trasciende los conceptos terrenales. Tampoco se sienten ya deseos
físicos: la única respuesta del cuerpo es una babilla que escurre de las comisuras de la boca y un
balbuceo incomprensible, que no es otra cosa que un canto espontáneo del espíritu —pura
inspiración— al tiempo que las órbitas de los ojos se quedan en blanco para siempre como señal
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