09.05.2013 Views

La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

primer curso de Historia, al igual que muchos en aquel día, era interino. Pero, a diferencia de los<br />

demás, estaba a punto de estrenarse como profesor de universidad y por dondequiera que pasara<br />

levantaba una gran expectación: ¿se uniría a las reivindicaciones de los interinos?, ¿de qué pie<br />

cojeaba?, o, más propiamente, ¿de qué agujero habrá salido? Sí, porque su aspecto era de lo más<br />

estrafalario, no dejaba a nadie indiferente. Flaco como un perro sarnoso, con pinta de ratón de<br />

biblioteca y el aspecto descuidado y rancio de todo intelectual de izquierda que se precie (nadie<br />

sabe por qué aman tanto la mugre), incluyendo un pelo casposo y grasiento y una enormes y<br />

anticuadas gafas de pasta que a cada poco se le escurrían por la nariz. Pero, una vez consumida la<br />

curiosidad que había despertado —tampoco era para tanto (bichos más raros se han visto)—, lo<br />

único que pasó a ocupar la mente de los alumnos era el modo de aprobar los exámenes, y,<br />

francamente, el hecho de que hubiera un profesor en lugar de otro casi carecía de relevancia.<br />

El profesor, entretanto, estaba a punto de dar inicio a su magisterio, de pie en el atril del<br />

aula, sin saber dónde poner las manos o fijar la mirada; hablaría del Egipto Antiguo. Carraspeó un<br />

poco para disimular la inseguridad y por fin tendió una mirada miope sobre su exigua concurrencia.<br />

Una mueca de asco se dibujó en su rostro. Echó, nervioso, un vistazo a su alrededor con la<br />

esperanza de encontrar los controles del aire acondicionado, pero descubrió con angustia que el aula<br />

sólo disponía de un inútil ventilador de techo que giraba a la desesperante velocidad con que se<br />

remueve un café con leche. Resopló incómodo y sacó un pañuelo para secarse el sudor (un pañuelo<br />

inmundo, como es lógico). El calor era insoportable. Se alegró de que no hubieran acudido más<br />

alumnos, de lo contrario se habrían cocido en sus propios jugos. En un intento por infundir la<br />

autoridad que consideró se esperaría de alguien como él, un respetable profesor de universidad,<br />

decidió adoptar una postura altanera —en fin, en la medida que su desaliño y su desdibujada figura<br />

así lo hicieron posible—, casi despreciativa, quizás en un intento algo infantil de sobreponerse a un<br />

supuesto miedo escénico, quizás porque, en un arrobo de vanidad, consideró que ésa debía ser la<br />

actitud de un verdadero intelectual o quizás, en fin, porque simple y llanamente se trataba de un<br />

capullo.<br />

Se sacó un lápiz óptico del bolsillo y lo insertó en la ranura correspondiente del ordenador<br />

que estaba cerca de su mesa. Éste, a su vez, se conectaba vía bluetooth con un proyector dispuesto<br />

en lo alto del recinto a una distancia suficiente como para proyectar imágenes y vídeos sobre la<br />

pared blanca y desnuda situada a sus espaldas. Los alumnos permanecían en silencio, con la cabeza<br />

gacha y sus bolígrafos en ristre a la espera de que el profesor diera comienzo a su verborrea; no<br />

tenían por costumbre prestar demasiada atención a las proyecciones que algunos docentes, muy<br />

pocos en verdad, insistían en utilizar. Comoquiera que incomprensiblemente permanecía en<br />

silencio, una joven estudiante, la Estudiante Nº1, levantó la mirada para ver lo que ocurría. Para su<br />

35

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!