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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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unos zapatos marrones ridículos. Pero por fin llegó el turno de las conclusiones finales y el<br />

presidente del Tribunal llamó a las partes contendientes para que realizaran sus alegaciones antes de<br />

dejar el caso listo para sentencia. El fiscal no perdió tiempo y de inmediato pidió la pena máxima, la<br />

pena capital, dado que, en su opinión, los testimonios presentados eran lo suficientemente<br />

elocuentes de la culpabilidad del acusado y casi hablaban por sí mismos, de modo que apenas<br />

añadió algo más, salvo resaltar alguna que otra frase grandilocuente de las muchas que se dijeron.<br />

El Sistema, por su parte, hizo una brillante defensa, replicando una a una cada acusación que se<br />

había vertido en su contra, todo ello en el estilo sobrio y depurado con que ya había deslumbrado en<br />

sus anteriores exposiciones.<br />

Así, en cuanto al atropello de animales en las carreteras, expuso que la causa derivaba de un<br />

enfoque equivocado sobre el verdadero impacto medioambiental que ocasionaban las grandes<br />

infraestructuras, debiéndose adoptar, según su opinión, un punto de vista mucho más amplio que el<br />

acostumbrado. Opinó que si se construía una carretera que cruzara un ecosistema habitado por<br />

jabalíes o ciervos en <strong>libertad</strong>, lo más lógico era disponerla encima de una pequeña elevación de<br />

unos metros sobre el terreno de manera que los animales pudieran cruzarla por debajo sin riesgo<br />

para sus vidas. El fiscal, no obstante, no estaba dispuesto a ponerle las cosas fáciles y rebatió estas<br />

afirmaciones alegando que lo que proponía aumentaría considerablemente los costes de los<br />

transportes, convirtiéndolos en inviables, lo cual demostraba, una vez más, que el sistema dejaba en<br />

la cuneta todas los buenos propósitos que pudieran albergarse en ésa y en <strong>otras</strong> direcciones, no<br />

conociéndosele otro afán que el de poner palos en la rueda de las aspiraciones mejor intencionadas<br />

de los ciudadanos. El Sistema contestó a este ataque que era cierto el hecho de que su propuesta<br />

aumentaría en una medida nada despreciable los costes de las infraestructuras de transporte, pero si<br />

alguien consideraba que dichos costes eran inasumibles se debía exclusivamente a su incapacidad<br />

para entender la necesidad de racionalizar y optimizar los recursos de una manera sostenible. Dijo<br />

que el transporte a través de vehículo particular era un claro ejemplo de lo que intentaba demostrar:<br />

un sistema insostenible. <strong>La</strong> cuestión era, remarcó, no si su uso era deseable, que lo era, sino si era<br />

viable tal y como estaba configurado en la actualidad, siendo a todas luces evidente que no lo era ni<br />

a medio ni a largo plazo. En ese momento el fiscal le interrumpió con vehemencia y adoptó un tono<br />

triunfal: le acusó de radical y, paradójicamente, de antisistema, dado que su proposición consistía<br />

nada menos que en encontrar una solución destruyendo de forma irracional y sectaria sus causas —<br />

el uso de vehículos particulares, en este caso— ignorando por completo las inaplazables y<br />

perentorias necesidades que demandaban los países desarrollados y en vías de desarrollo de hoy día<br />

para el mantenimiento de los estándares de bienestar que las sociedades de consumo habían logrado<br />

conquistar con tanto esfuerzo. El Sistema no se arredró y contestó que la necesidad más apremiante<br />

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