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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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película...<br />

Él: Es cierto, tengo que admitir que las películas proporcionan algo de entretenimiento... Pero es<br />

que ¡son demasiado costosas! Aún recuerdo aquélla que contaba la historia del malogrado Titanic;<br />

el caso es que su presupuesto fue tan elevado que casi hubiera alcanzado para fabricar un nuevo<br />

transatlántico y volver a hundirlo. No tiene sentido... Si es por entretenernos, preferimos venir a la<br />

Tierra y asistir en directo las absurdas peripecias de su civilización.<br />

Yo: Usted sólo habla de reír, de divertirse... ¿No cree que llorar también es útil para la alquimia del<br />

alma?<br />

Él: Lo cierto es que sí, y he de decirle que, en lo que a comedia se refiere, nos vemos obligados a<br />

ser muy selectivos con los sucesos de su mundo, porque la mayor parte del tiempo cuanto<br />

apreciamos en él más bien incita a la tragedia... Pero, pese a de todo, siempre nos quedamos con lo<br />

positivo de las cosas.<br />

Yo: Me deja usted sin argumentos, mucho me temo no poder estar a la altura de esta conversación.<br />

He de admitir sin reservas que los valores e idiosincrasia de su pueblo están a años luz de cuanto<br />

hemos logrado aquí en la Tierra. Sólo me queda despedirme y desearle buena suerte. Ojalá algún día<br />

lleguemos a alcanzar un modelo de civilización que tan sólo se aproxime, aunque sea débilmente,<br />

al de su mundo.<br />

»Sin embargo, permita que aún satisfaga una última curiosidad. Hemos hablado de tendido<br />

sobre los más variados asuntos, y ni siquiera por cortesía he tenido la delicadeza de preguntar su<br />

nombre.<br />

Me temo que no existe un modo de reproducir el extraño fonema que salió de sus labios,<br />

pero, por extraño que pueda parecer, su nombre, cuando lo pronunció, sonaba muy bien, su sonido<br />

era muy armonioso. Acto seguido, le dije mi nombre y nos dimos la mano formalmente.<br />

El hombrecillo, no obstante, se dio una palmada en la cabeza, me dijo que con tanta<br />

cháchara se le había olvidado preguntarme dónde quedaba el Estadio de Gran Canaria y si era hoy<br />

cuando jugaba la Unión Deportiva contra el Tenerife. Le confirmé la hora, que conocía de oídas, y<br />

le di las indicaciones precisas para llegar.<br />

Sin más preámbulos saltó hacia el interior de aquel extraño artefacto, que emitió un ligero<br />

silbido y se alzó en el aire a una velocidad pasmosa, desapareciendo entre las nubes en pocos<br />

segundos.<br />

Cuando regresé a casa me dio por poner la tele y asistir al encuentro, la simpatía<br />

hacia el hombrecillo del espacio había despertado mi curiosidad —no soy muy futbolero que se<br />

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