La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

Chapuzas caseras
Llevo enquistado en mi interior un estigma que me acompaña desde hace ya demasiado
tiempo. Ha echado raíces en unas de esas habitaciones tenebrosas llenas de telarañas del
subconsciente donde se alojan, subrepticios, nuestros miedos más larvados, con sus conexiones
subliminales que alimentan nuestras peores pesadillas y nos atormentan por las noches durante el
sueño. He ido creciendo con él, echando capa sobre capa hasta creer haberlo perdido de vista, pero,
muy por el contrario, ha quedado sumergido debajo de la fina línea de flotación de la consciencia,
convertido en un submarino fantasma que surca con oculto silencio las profundidades abisales y que
emerge de cuando en cuando, como una visión premonitoria, en los momentos en que menos se le
espera. El subconsciente es un animal terco, nunca descansa, nunca desiste. Es como tener un
inquilino en casa que pasa delante tuya con una bolsa de basura que ha de sacar, inexorable, todos
los días. Al subconsciente le da igual que en ese momento tengas visitas o estés viendo la tele o,
sencillamente, no te apetezca respirar los olores putrefactos de los desechos que lleva consigo. No
tiene ninguna consideración. Es voluntad ciega, como diría Schopenhauer (lo cierto es que el
subconsciente también se pasa por el forro a Schopenhauer). No hay escapatoria posible, seguirá
atormentándonos hasta que nos enfrentemos a él, hasta que pueda pasear impunemente su basura
delante mismo de nuestras narices y nos veamos obligados a respirar la plenitud de sus olores
nauseabundos.
Maldito subconsciente, no me ha dejado casi pegar ojo en toda la noche. Pesadillas y más
pesadillas. Vuelta de un lado, vuelta de otro, volver a dormir, volver a las pesadillas. Estoy en una
clase en la que no debería estar, soy demasiado mayor para el curso que se está impartiendo, ¿qué
pinto yo en ese lugar?, debe haber algún error. Pero no, de repente me acuerdo de que me ha
quedado pendiente una asignatura, la he ido arrastrando durante tanto tiempo que ya se me han
olvidado sus fundamentos, y ahora no sé cómo voy a aprobar, todos mis compañeros están mucho
más adelantados que yo, es demasiado tarde para mí; por fin no me queda más remedio que
admitirlo: soy un fracaso. Ahora estoy en una avenida que me lleva a un puerto, tengo que coger un
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