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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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se acercaba, como una gran ola que se doblaba en violento remolino antes de estrellarse con furia<br />

contra las afiladas rocas de un acantilado… Sabía que si ese momento fatídico llegaba, todo estaría<br />

perdido… Yo dejaría de existir, y seguir o no con vida, ligado a algo que algunas magníficas pero<br />

absolutamente dudosas construcciones conceptuales identificaban con la vida, constituiría una mera<br />

contingencia, una circunstancia cuyo significado era sólo aparente, pero inescrutable. Entonces,<br />

como surgida de la nada, apareció ella.<br />

Sr. E.: Me tiene usted desconcertado, completamente en ascuas; su espíritu ha sido martilleado en<br />

el crisol de las más elevadas pasiones, está colmado hasta el tuétano del incorruptible acero que ha<br />

hecho emerger a los más grandes. Vive el Cielo, es usted… ¡Cervantes! Y, dígame, ¿cómo fue ese<br />

amor? Dios mío, apenas puedo contener el ansia, la sed que me invade…<br />

Yo: Fue fulminante como un rayo. <strong>La</strong> vi y comprendí enseguida que nuestros destinos estaban<br />

entrelazados, que convergían en algún punto del universo y que mi corazón le había pertenecido<br />

desde siempre. Un impulso irrefrenable me hizo salir corriendo tras ella; la seguí sin disimulo por<br />

las calles. Descubrí dónde trabajaba, dónde estudiaba, dónde vivía y con quién hablaba. Me<br />

matriculé en el mismo curso que ella, impartido en un horario nocturno para gente trabajadora como<br />

nosotros, aunque suponía de hecho repetir un curso que ya había aprobado (el director de la escuela<br />

no podía entender por qué quería volver a repetirlo y tuve casi que suplicarle para que me<br />

matriculara), me las arreglé para estar en su misma clase y hasta conseguí, con un golpe de suerte,<br />

sentarme a su lado como la cosa más casual. Con un poco de tacto y disimulo, aunque temblaba de<br />

pies a cabeza con sólo estar cerca de su cuerpo, logré entablar con ella una tibia amistad. Durante<br />

mucho tiempo sólo vivía para el fugaz momento en que estábamos juntos en clase y me regalaba su<br />

sonrisa. Con el tiempo me confesó que estaba perdidamente enamorada de un tipo algo mayor que<br />

ella; él la consideraba apenas como una buena amiga, pero desde una distancia casi paternal, lo que<br />

la hacía consumirse en la más desesperada angustia (más o menos igual que ocurría conmigo). Su<br />

cercanía me suscitaba una oleada de sentimientos de tal magnitud que apenas podía contenerme;<br />

empecé a desahogarme escribiendo poemas, una afición que había abandonado hacía algún tiempo,<br />

consumido como estaba por la desilusión y la desesperanza. Tomé por costumbre leérselos siempre<br />

que la ocasión me lo permitía, sin aludir nunca su nombre, por supuesto. A ella le gustaban, le<br />

gustaban mis poemas y, al cabo de poco, era ella quien me pedía que se los leyera. Yo volcaba toda<br />

mi pasión en mis versos, mediante sutiles metáforas le decía que la amaba desesperadamente, que<br />

necesitaba siquiera de su mirada para seguir existiendo. A ella la conmovían hondamente, sobre<br />

todo porque se identificaba con el amor no correspondido que sentía por el otro hombre<br />

(circunstancia que a mí me destrozaba por dentro). No tardó mucho en hacerme una petición que<br />

me penetró como un cuchillo helado en las entrañas: quería que escribiera en su nombre poemas a<br />

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