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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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gozó de mucha popularidad en la época e iba acompañado de un sinfín de comentarios aprobatorios<br />

y chistes jocosos. El baño fue el único sitio de la universidad del que recuerdo algo interesante.<br />

Ahora bien, no importa si se trata de un excusado, lavabo, urinario o toilet, al final todo<br />

redunda en lo mismo, sea de primera o de quinta categoría, hay una norma que la experiencia me ha<br />

llevado a obedecer a rajatabla: pase lo que pase, es conveniente nunca, ¡nunca!, mirar hacia los<br />

lados. Hay que entrar, hacer lo que uno vaya a hacer, con la cabeza gacha y los ojos clavados en el<br />

suelo, asearse y salir pitando. Estos lugares son los peores imaginables para intentar caerle<br />

simpático a alguien, ser cortés o aparentar que nos estamos fijando demasiado en otra persona. Lo<br />

dicho, concentración y ni caso a las acciones sospechosas que podamos detectar a través del rabillo<br />

del ojo. Cerrar cremallera y a la calle. Cuidado con ese muchachito recostado en el lavamanos que<br />

va buscando nuestras miradas y espera la más mínima señal para acercársenos y hacernos cualquier<br />

tipo de proposición indecente. Cuidado con ese señor que por alguna razón se la sacude demasiado,<br />

no vaya a pensar que nuestra curiosidad va más allá de una lógica sorpresa. Una vez me encontré a<br />

uno de ésos, estaba a dos urinarios hacia la izquierda, y en algún momento debió llamarme la<br />

atención la exagerada actividad que el hombre parecía desplegar para completar algo en apariencia<br />

tan simple. Pues bien, se la estaba cascando ahí mismo. Se lo pasaba en grande, sonreía satisfecho<br />

toda vez que percibía que alguien le observaba —parecía que le daba morbo el asunto—, y, en fin,<br />

por mucho que no me guste admitirlo, también yo debí contribuir, al haber caído tan inocentemente<br />

en la trampa de prestarle atención, aunque sólo fuera por unos segundos, a la feliz culminación de<br />

semejante acto, que de todos modos, por fortuna, no se produjo en mi presencia; salí de ahí<br />

disparado.<br />

Pero, con mucho, el incidente más grave en el que me he visto envuelto dentro de un baño<br />

público tuvo lugar después de una sesión de cine. De eso hace también bastante tiempo. Me<br />

preparaba las oposiciones de prisiones en la biblioteca de la universidad, pero esa tarde tenía el<br />

cerebro congestionado. Era por lo menos la quinta vez que leía el mismo tema, las neuronas<br />

parecían a punto de saltárseme de la cabeza, me derrumbé, no podía más. Me dije que necesitaba<br />

distraerme y se me ocurrió ir al cine. Apenas eran las cuatro de la tarde. Estaba tan desesperado que<br />

me metí a ver un película hispano-argentina; lo dicho, estaba a punto de meterme un tiro por las<br />

sienes. El argumento era tan rebuscado como de costumbre en esa clase de películas. Unos<br />

españoles y unos argentinos se reúnen en un bar; copa va, copa viene, y de pronto a alguien se le<br />

ocurre: “oye, ¿y por qué no hacemos una película?”. Ji, ji, ji, ja, ja, ja. Y empiezan unos y otros a<br />

ver quién dice la parida más grande. “A que no hay cojones para hacerla tal cual lo estamos<br />

contando”. “¿Qué no? Ea, empezamos mañana”. Ji, ji, ji, ja, ja, ja. Yo estaba tan cansado que ya me<br />

daba todo lo mismo. En resumen, los protagonistas vivían un amor imposible; ella le quería, él la<br />

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