La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf
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imprimir a la narración de los acontecimientos, centrándonos en la parte sustancial de lo expuesto<br />
por los testigos, con las interrupciones mínimas y necesarias de las interpelaciones más importantes<br />
cuando las valoremos pertinentes. Con todo, estos tres casos se volverán a recuperar en las<br />
alegaciones últimas, donde se dejará constancia, una vez más de forma resumida, de la posición<br />
defendida por El Sistema con la intención de que, cerrando el círculo, el lector finalmente obtenga<br />
una idea bastante precisa de sus razones con respecto a la totalidad del juicio. Todo ello con vista a<br />
que cada uno saque sus propias conclusiones (si hay quien considere adecuado hacerlo).<br />
Así, en cuanto al atropello de animales en las carreteras —primer asunto abordado en el<br />
pliego de cargos—, el fiscal llamó al estrado a una testigo, una señora de unos cincuenta y cinco<br />
años, para que contara su caso y, según él, demostrara fuera de toda duda la culpabilidad<br />
inexcusable del sistema. Ésta inició su alegato relatando, en medio de un variado abanico de<br />
aspavientos e hipérboles gestuales, que una vaca salvaje la atacó en un paraje inhóspito<br />
perforándole con un cuerno el radiador de su todoterreno, quedándose varada durante más de tres<br />
horas hasta que casualmente pasaron por allí unos hombres que regresaban de cacería. Cuando El<br />
Sistema la inquirió preguntándole qué tenía él que ver con ese pintoresco suceso, la mujer le<br />
contestó, ostensible contrariada, que obviamente a ella le daba igual si tenía algo que ver o no<br />
mientras alguien le pagara la reparación del coche, dado que el mes entrante empezaban las clases y<br />
ella tenía cuatro hijos en edad escolar y era evidente que el susodicho animalejo no tenía suscrita<br />
ninguna póliza de seguro. El Sistema no pudo ocultar su indignación e intentó hacerle ver el<br />
excesivo énfasis que había puesto en las cuestiones económicas, cuando era de conocimiento<br />
público que un radiador no era precisamente la pieza más cara de un motor y que cualquiera podía<br />
adquirirla en una chatarra a un precio más que asequible. Sin embargo, la señora pareció estallar en<br />
cólera y le echó en cara que su todoterreno era japonés y que las piezas no se vendían tan baratas<br />
como para el resto de los vehículos, no estando ella dispuesta ni mucho menos a rebajarse hasta el<br />
punto de acudir a una chatarra donde no había más que hombres mugrientos y calendarios de<br />
señoritas en pelota. El Sistema, temiendo ya entrar en una espiral dialéctica sin fundamento, intentó<br />
tranquilizarla haciéndole comprender que lo único que pretendía era descubrir qué parte de la<br />
historia que acababa de contar —muy lamentable todo ello, aseguró— le implicaba a él<br />
personalmente. <strong>La</strong> mujer apenas lo dejó terminar; le lanzó una retahíla de acusaciones airadas en las<br />
que exponía cuestiones como que desde donde vivía hasta la casa de su prima Alberta se podían<br />
contar nada menos que cinco controles de peaje y que, como consecuencia, se había visto obligada a<br />
comprarse un todoterreno casi tan grande como su propio garaje para transitar por rutas alternativas<br />
y por supuesto más baratas, dado que una vez por una carretera secundaria casi se mata con su<br />
antiguo Renault 5 al tropezarse con un cráter en el asfalto del tamaño de medio estadio de fútbol. El<br />
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