diga. Recuerdo haber reído gustosamente cuando uno de los comentaristas se refirió a una extraña nubecilla que, a pesar del viento, insistía en permanecer justo encima del estadio, incluso parecía en ocasiones acompañar ligeramente la trayectoria del balón, y que se agitaba como irritada cuando el juez de línea levantaba precipitadamente el banderín de fuera de juego. 96
Cómo escribir un clásico y morir necesariamente en el intento Admitámoslo. Escribir un libro se ha convertido en nuestros días en una febril obsesión. Sí, sí, para mí también. Llevo años dándole vueltas a la cabeza, ¿sobre qué puedo escribir? Hasta que he caído en la inutilidad de consumir mis preciosas energías en una cuestión tan compleja. Me vino como una revelación: semejante ejercicio va en contra de los tiempos, quiero decir, el esfuerzo ya no lo premia nadie, aquí lo que prima es el resultado, poder decir: “He escrito un libro”, y luego mirar alrededor con suspicacia para comprobar la atención que semejante enunciado despierta en los demás. Todos me admirarán. “Miren, ha escrito un libro”, dirán por ahí con los ojos como platos. ¿Qué más da la temática? Lo cierto es que ya ni se sabe por qué se escribe, en la misma medida que ya nadie sabe por qué sigue habiendo quien insiste en abarrotar cuatro o cinco estanterías de libros que no tiene ni la más remota intención de leer. El secreto es éste: lo verdaderamente relevante no es el libro en sí mismo, sino lo que se diga de él —y así, de rebote, de su autor. Vas a Wikipedia, tecleas un título cualquiera y te aparece un resumen razonable de su contenido. Lees eso y dices: “uau, qué profundo”; entonces corres como un demente a una librería y lo compras, y luego lo pones a lucir en una magnífica estantería. ¡Fantástico! “Como te digo, Fulanito, tengo el libro Cual del autor Tal, una obra imprescindible (¿imprescindible para qué?). ¡Oh, no me digas que aún no la tienes!”. Y el otro por dentro carcomiéndose de envidia, “Hay que ver qué culto el desgraciado este, tengo que hacerme con un volumen igual...” Y con eso quedamos cubiertos. <strong>La</strong> vanidad, queridos amigos, la vanidad, ¿para qué negarlo? El mundo y la vida siguen adelante gracias a la vanidad, así son las cosas, y no seré yo quien las cambie, requiere pensar... Hágame caso, no se coma el coco: escribamos, ¡escribamos por pura vanidad! No hace falta complicarse la vida: lo que quiera que publiquemos se va a olvidar en uno o dos años —si es que tanto—, y lo único que va a prevalecer es el vago recuerdo de que éste o aquél escribió un libro un día. Es lo que nos interesa, la fama, aunque sea derivada de un hecho que no se recuerde exactamente en qué consistió. ¡Qué más da! Así es que vamos al asunto. A partir de ahora me propongo a desarrollar una completa guía que le va a ayudar a dar todos los pasos necesarios para 97
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