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La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf

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la fotocopiadora hace el resto. En todos los sentidos, podríamos decir: los estudiantes que llegan<br />

hasta el final y consiguen graduarse salen de la universidad en su mayoría cortados por el mismo<br />

patrón repetitivo, insulso y anodino, faltos por completo de una mínima aproximación a la realidad<br />

a la que deberán enfrentarse a partir de entonces. <strong>La</strong> playa es una opción indiscutiblemente más<br />

atractiva, en cualquier caso.<br />

Está mal decirlo, pero un número no precisamente desdeñable de profesores aprovechó la<br />

misma coyuntura que motivó a sus alumnos a huir en desbandada para presentar una baja.<br />

Acudieron al médico con una expresión más bien deprimente —la misma con la que suelen impartir<br />

clase cuando supuestamente están sanos— y alegaron con toda la naturalidad del mundo, algunos<br />

tan metidos en su papel que cabe la posibilidad de que se lo creyeran, estar quemados, no aguantar<br />

más la presión o alguna milonga por el estilo. El facultativo, que le pagan lo mismo tanto si<br />

extiende la baja como si no, se limitó a firmar un par de papeles y a dar como consejo a los<br />

pacientes la joya de que intentaran relajarse —sin advertir que, de seguir su consejo, muchos<br />

podrían entrar en coma— y que se tomaran un par de días de descanso. Y es así como alumnos y<br />

profesores, finalmente, acabaron por encontrarse en la playa. <strong>La</strong> playa siempre es un buen punto de<br />

encuentro. Para qué negarlo.<br />

El día era un auténtico asco, empecemos por decir la verdad. Salvo, claro, como todo el<br />

mundo ya supone, para el reducido grupo de mortales que podían permitirse el lujo de sortearlo en<br />

la playa. Entre esos pocos afortunados no se encontraban los profesores interinos, cuyo cometido<br />

consiste de ordinario en suplir las bajas de sus compañeros de carrera (y menuda carrera llevaba uno<br />

que se apresuraba a coger una ola subido en su tabla de surf, por estricta prescripción médica, se<br />

entiende). <strong>La</strong> interinidad es uno de esos misterios insondables que habitan en las profundidades<br />

abisales del tortuoso mundo de la Administración (no existe nada más insondable que la<br />

Administración, y perdón por la blasfemia, porque es evidente que ni siquiera Dios alcanza a serlo<br />

en un nivel semejante). Dado el alto porcentaje de bajas entre los profesores titulares se procede a<br />

contratar a profesores interinos. Bien. Pero como las bajas muchas veces se prolongan de una forma<br />

incomprensible en el tiempo acaba resultando que los profesores interinos muchas veces trabajan<br />

más que los que son titulares, lo cual desemboca en una justa reivindicación para que se les<br />

equipare las condiciones laborales con estos últimos. Voilá, salen a la calle, queman contenedores,<br />

se plantan ante la Consejería de Educación correspondiente y, después de algunos años de lucha, lo<br />

consiguen. Bien. Ahora los interinos se han convertido en profesores de carrera y, como tales,<br />

terminan asumiendo el mismo porcentaje de bajas que sus compañeros. Entonces hay que volver a<br />

contratar a interinos, y vuelta a empezar.<br />

Como es lógico, el profesor que vino a impartir la última clase de Historia Antigua del<br />

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