La nueva libertad y otras 9 pajas mentales-pdf
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Hablando de otros mundos<br />
En los últimos tiempos he adquirido la sana costumbre de pasear en las tardes por los<br />
alrededores de mi barrio. Para mi sorpresa, un hecho tan intrascendente ha supuesto para mí toda<br />
una revelación; me he dado cuenta de que no hace falta ir demasiado lejos para encontrar esa<br />
soledad que persigo muchas veces con tanto afán. Sí, la verdad, lo reconozco (no entiendo por qué<br />
hay que decir estas cosas como si uno estuviera disculpándose): soy uno de esos bichos raros que<br />
rehuye el contacto con la gente, quiero decir, con la multitud y el bullicio. Soy más bien tímido o, si<br />
lo prefieren —yo lo prefiero—, reservado o, mejor aún: introspectivo. Al fin y al cabo quedar hoy<br />
en día como tímido está mal considerado. Digamos entonces que soy introspectivo (a alguno le<br />
sonará a una grave enfermedad, a lo mejor lo es) y quedemos en paz.<br />
Pero sí, como iba diciendo —me enredo en mis propios pensamientos y acabo por perder el<br />
hilo—, frecuentemente nos alejamos hasta las inmediaciones del propio infierno para buscar algo<br />
que lo más seguro es tenerlo al lado, si no es que el objeto de nuestra búsqueda sea la propia lejanía<br />
o, aún peor, la huida de uno mismo. <strong>La</strong> gente hace cosas muy raras, ¿se puede huir de uno mismo<br />
sólo porque me haya ido a Katmandú o a la Patagonia? Es evidente que no, porque el uno mismo<br />
siempre lo cargamos con nosotros, y es así como después de haber llegado a Katmandú, o a<br />
cualquier otro lugar, inmediatamente surge la imperiosa necesidad de ir todavía más lejos (pero<br />
¿más lejos de dónde?). Algunos, según dicen, han llegado al extremo de ir al espacio como turistas.<br />
Muy bien, pero luego qué. Supongo que se pegarán un tiro en la cabeza o vaya uno a saber.<br />
Resulta paradójica la actitud de la gente que, tras años viviendo en un sitio, aún no se ha<br />
tomado la molestia de visitar la calle que pasa justo detrás de su casa o la plaza que está a dos<br />
manzanas. No saben lo que se pierden, a veces me da pena. Porque la verdad es que cuando<br />
caminas unos pocos metros, por así decirlo, más allá de las calles y senderos por los que todo el<br />
mundo suele transitar, de repente, como por arte de magia, surgen una casa abandonada, una colina,<br />
un terreno baldío o un espacio que juzgabas imposible poder encontrar allí.<br />
Durante mis paseos peripatéticos por las cercanías —porque para mí caminar es divagar y<br />
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