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armar un cuerpo, un cuerpo fragmentado a partir de los nombres que tienen ciertos
alimentos. Así también los ojos, entre santa Lucía y Kiki Smith; los pies desde Trisha
Brown; la idea del desollamiento que va a ser tan fuerte en la cultura colonial, entre
Marcias de Miguel Huertas y un san Bartolomé. En todo este conjunto, es interesante
notar que no escogimos lo más “fuerte” de la obra colonial, sino lo que circulaba con
normalidad –esta es la idea del pathos– para “mover” los sentimientos.
Y finalmente tenemos el último punto que quisimos poner en diálogo, también
sin mayores transformaciones desde la cultura barroca: el culto a la muerte, al
cadáver, a la disección, a la mortificación. Entre las muchas obras –simplemente estoy
mostrando algunos ejemplos– está la muerte de san Francisco Javier, muerte pacífica,
barroca, y la obra de Muniz, en chocolate, fotografía; el diálogo de las fotografías
pintadas de Marco López que dejan ver estas continuidades sobre la belleza del
cadáver, la belleza de la muerte, la forma como se estetiza una experiencia que a
nuestros ojos hoy en día tiene una condición muy profana, pero que en la tradición del
siglo XVII en adelante tiene una situación bastante compleja y sacralizada. La muerte y
sus preámbulos de mortificación en vida cierra este complejo círculo que establece la
relación entre lo sagrado y lo secular, o si se quiere la secularización de lo sagrado, lo
que cómo he dicho, muestra una clara continuación con la tradición que nos precedió.
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De lo sagrado barroco a lo profano contemporáneo . Jaime Humberto Borja Gómez