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ROSEMARIE TROCKEL<br />
El acondicionamiento d<strong>el</strong> altar de Rosemarie Trock<strong>el</strong> al antiguo espacio de la iglesia de<br />
San Pedro, averiado por la destrucción durante la guerra, se entiende como un objeto que<br />
<strong>el</strong>la encuentra, al que analiza y luego crea. La casa de Dios es entendida por <strong>el</strong>la como un<br />
refugio de la interrogación y d<strong>el</strong> reflexionar. Para <strong>el</strong>la, es un espacio público al igual que uno<br />
político, que es capaz de abrirse al público y estimularlo.<br />
Ella instala en las ventanas d<strong>el</strong> ábside sobre <strong>el</strong> altar central y debajo d<strong>el</strong> tríptico de la<br />
pasión las tres palabras “Yo tengo miedo” (Dickhoff, 1993). Con esta frase evoca <strong>el</strong> miedo<br />
como experiencia, que siempre y en toda época puede ser traído desde la contención a<br />
la memoria, porque está dado al hombre mediante la existencia misma. El miedo prima<br />
sobre la seguridad de sí mismo. Si esta es fuerte, <strong>el</strong> otro calla, sin por eso desaparecer. El<br />
miedo puede alertar o atontar, puede ser justificado o inventado. Pero, sobre todo, desafía<br />
al hombre con cada uno de sus temas: catástrofes d<strong>el</strong> medio ambiente, guerra, violencia,<br />
maltrato sexual, desempleo, pérdida de perspectivas…<br />
El miedo engendra y pare las fuerzas humanas de sobrevivencia. Estas le hacen adquirir<br />
la fe en sí mismo y la esperanza de la sobrevivencia. Liberan en él una voluntad de forma con<br />
la que rechaza lo terrible y lo destructor. Sin embargo, finalmente hay solo dos posibilidades<br />
que son capaces de producir esta fuerza, escribe la psicoanalista Ed<strong>el</strong>trud Meistermann<br />
respecto a esta creación: ternura y franqueza, mediante la mano sensible sobre <strong>el</strong> hombro<br />
temeroso y en <strong>el</strong> diálogo valientemente abierto, que a su vez lucha por claridad y exactitud 7 .<br />
Las tres palabras confundían a algunos visitantes. El predicador las tenía en su nuca,<br />
<strong>el</strong> oyente ante su rostro. Pero como palabras en <strong>el</strong> ábside, surtían <strong>el</strong> efecto como una<br />
confesión de Jesús. Y de hecho en los evang<strong>el</strong>ios se habla varias veces sobre <strong>el</strong> miedo de<br />
Jesús. Describen cuando lo sobresalta en <strong>el</strong> monte de los Olivos: “En medio de la angustia,<br />
él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o”<br />
(Lucas 22,44); rezaba: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como<br />
yo quiero, sino como tú quieras” (Mateo 26, 38-39).<br />
Jesús sabía lo que significa <strong>el</strong> miedo, pero no lo <strong>el</strong>udía y se atrevió a hablar sobre su<br />
superación ante Dios. Repetidas veces asegura a sus apóstoles que <strong>el</strong> miedo es superable en<br />
la confianza. Las tres palabras como tríptico sobre <strong>el</strong> altar confrontan la acción litúrgica con<br />
su pretensión y con su sentido: ternura y franqueza 8 .<br />
7 Ed<strong>el</strong>trud Meistermann, “Installationen der Abwehr. Über den Umgang mit der Angst<br />
(Instalaciones d<strong>el</strong> rechazo. Sobre <strong>el</strong> trato con <strong>el</strong> miedo)”, en: Dickhoff (1993, 11-16).<br />
8 Mennekes, “Die Angst im Kirchenraum verstehen”, en: Dickhoff (1993, 18-22).<br />
[53]<br />
Espacio sagrado-espacio museal . Friedh<strong>el</strong>m Mennekes