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El 14 de septiembre de 2007 (día de la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz) fue el
día de la inauguración de Kolumba. Por primera vez en su historia de más de ciento cincuenta
y siete años, Kolumba, el Museo de Arte del Arzobispado de Colonia, había recibido hacía
tres años, como anterior Museo Diocesano, un espacio especialmente dedicado a su
colección de arte. Este largo proceso de planeación y de realización fue acompañado, desde
el año 1997 en el que tuvo lugar el concurso arquitectónico, por una carreta de color azul
de Paul Thek, halada por una estrella-cometa, que en su interior tenía grandes cubos de
construcción y que llevaba el nombre Portable Ocean (1969). Como imagen de lo poéticolúdico
en toda actividad creativa, es una invitación a sumergirse en una atmósfera que está
aparentada con aquello que es el tan lejano juego infantil, sumergirse en el pensar creativo y
lleno de fantasía, en lo imaginable, rememorable, en lo conocido y lo desconocido. Así está
pensado Kolumba, como un lugar para la activación de los propios sentidos con la sinceridad
propia de las impresiones y los pensamientos que llegan. Un lugar de la percepción y de la de
ahí naciente meditación.
En una era en la que la información rápida y los estímulos pasajeros de las imágenes
son decisivos, Kolumba quiere ser un lugar del detenerse, del encuentro con la densidad
histórica y multiplicidad artística e incentivar al espectador hacia una vivencia propia y
limpia de prejuicios. Kolumba quiere rememorar el museo como espacio de la lentitud y
de la concentración, de la reflexión lúdico-creativa, del despertar la curiosidad sobre un
universo de lo nunca antes visto, como un cuerno de la abundancia de formas de vista
de la comprensión universal en sensaciones individuales, sorprendentemente nuevas así
como también sorprendentemente antiguas. Kolumba quiere ser una panorámica para la
expansión de aquello “que nuestros ojos piensan” (Paul Cézanne). Kolumba quiere ser
el sitio de encuentro con el arte, que está ahí, representando cada vez a un artista, a una
persona que se expresa de una u otra manera. Aquí se encuentra la posibilidad de poder
(re)encontrarse consigo mismo mediante el arte. Por lo tanto, del visitante se espera una
disponibilidad de embarcarse hacia una situación insegura y extraña con un final abierto,
de dejarse incentivar mediante el arte, en todas sus experiencias, recuerdos, sensaciones
e imaginaciones o, tal vez, verse expuesto a la falta de ocurrencias, a la impotencia y a la
mudez. Por esto mismo, no es sorprendente que de esta manera surjan cuestionamientos
existenciales y por lo tanto también religiosos.
En realidad todo esto es lo más natural, pero a través de la categorización se ha
enajenado mediante una presentación, ordenada según géneros y épocas, de obras de arte
según los principios instructivos de ordenamiento, que se enfrentan a la cámara mágica
como un cosmos fantástico. El museo no debe reducir la estética de una obra de arte, es
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Kolumba, el museo de la meditación . Katharina Winnekes