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Catecismo Romano - coro san clemente i

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<strong>san</strong>tos, persuadir a sus oyentes de la necesidad de reformar sus costumbres, mostrándoles como con la mano elmodo de efectuarlo; concluir, finalmente, con una exhortación al aborrecimiento y la fuga del vicio, y al amor ypráctica de la virtud.No ignoramos, es cierto, que este oficio de enseñar la doctrina cristiana es por muchos tenido en menos,como cosa de poca monta y tal vez inadecuada para captarse el aura popular; pero Nos creemos que sólopueden pensar así los que ligeramente se dejan llevar por las apariencias más que por la verdad. Noescatimamos, naturalmente, nuestra aprobación y alabanza a los oradores sagrados que, inflamados por el celode la divina gloria, se consagran a la defensa de la fe o a la glorificación de los <strong>san</strong>tos; pero esa obra exige untrabajo previo, el trabajo de los catequistas: si éste falta, falta el fundamento y en vano trabajarán los queedifican la casa. Atildadísimos discursos, aplaudidos como preciosísimas joyas literarias, no logran muchasveces otro fruto que halagar gratamente los oídos, dejando absolutamente frío el corazón.Por el contrario, la instrucción catequística, aun la más humilde y sencilla, es como aquella palabra deDios, de la cual dice El mismo por Isaías: “Ahí como la lluvia y el rocío que descienden del cielo no toman allí,sino que alegran la tierra, la empapan y fecundan, y dan fruto al que siembra y pan al que come; así tambiénserá la palabra salida de mi boca; no volverá vacía, sino que hará lo que Yo quiero y fructificará en la misiónque le he confiado (16) 30 . De igual modo pensamos respecto de los sacerdotes que, para ilustrar las verdades dela religión, se dan a escribir gruesos volúmenes: nada más justo que tributarles por ello el más cumplido elogio.Pero, ¿cuántos son los lectores que saquen de tales libros un fruto proporcionado a las esperanzas y fatigas delautor? En cambio, la enseñanza de la doctrina cristiana, hecha como es debido, nunca deja de producir utilidadpara los oyentes.Porque, a la verdad (y lo repetimos para inflamar el celo de los ministros del Señor), hay un grandísimonúmero de cristianos, que va creciendo aún de día en día, que o están en la más absoluta ignorancia de lareligión, o tienen tales nociones acerca de Dios y la fe cristiana que, sin embargo de estar rodeados por laesplendorosa luz de la verdad católica, viven como si fueran, idolatras. Cuántos hay, cuántos son los niños, y nosólo los niños, sino también los adultos y hasta los ancianos, que ignoran totalmente los principales misteriosde la fe, y al oír el nombre de Cristo exclaman: “¿Quién es... para creer en él” 31 . Así se explica que no tenganempacho alguno de vivir criando y fomentando odios, pactar los más inicuos compromisos, realizar negociosaltamente inmorales, apoderarse de lo ajeno mediante la usura, y tantas otras maldades de esta naturaleza. Asíse explica que, ignorando la ley de Cristo, que no sólo condena las torpezas, sino hasta el deseo o pensamientovoluntario de cometerlas, aunque por cualquier causa extraña vivan alejados de los placeres obscenos, aceptensin reparo tales y tantos torpísimos pensamientos, que verdaderamente multiplican sus iniquidades sobre loscabellos de su cabeza.Y esto sucede es necesario repetirlo no sólo en los campos o entre el mísero populacho, sino también, yquizás con mayor frecuencia, entre las clases elevadas, entre aquellos a quienes la ciencia hincha, que,envanecidos por su falsa sabiduría, creen poder reírse de la religión y “blasfeman de todo lo que ignoran” 32 .Ahora bien, si es inútil esperar fruto de una tierra donde nada se ha sembrado, ¿cómo pretender que seformen generaciones morales, si no han sido oportunamente Instruidas en la doctrina cristiana? De donde conrazón deducimos que, si tanto languidece hoy la fe, hasta quedar en muchos casi extinguida, es porque, o secumple mal con la obligación de enseñar la religión por medio del catequismo, o totalmente no se cumple.Sería, en verdad, muy pobre y torpe excusa la del que alegase que la fe es un don gratuito que a cada uno se nosinfunde en el bautismo; porque, si bien es cierto que todos los bautizados en Cristo quedamos enriquecidos conel hábito de la fe, ese germen divinísimo no crece... y forma grandes ramas 33 por sí solo y como por virtudinnata.También el hombre posee desde su nacimiento la facultad de la razón; pero necesita de la palabra de sumadre que la avive y la excite a obrar. No de otra manera acontece al cristiano, que, al renacer por el agua y elEspíritu Santo, lleva en sí engendrada la fe; pero necesita de las enseñanzas de la Iglesia para alimentarla,robustecerla y hacerla fructífera. Por eso escribía el Apóstol: “La fe entra por el oído, y al oído llega la palabrade Cristo” 34 ; y para manifestar la necesidad de la enseñanza religiosa, agrega: “¿Cómo... oirán si no se lespredica?” 35 .30 Is., LV, 10, 11.31 Joan, IX, 36.32 Jud., 10.33 Marc, IV, 32.34 Rom., X, 17.35 Ib., 14.18

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