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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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ocupada en otras cosas. En geografía tuve el disgusto de verme confinado en las Islas Británicas, y<br />

había que dibujar y rellenar innumerables mapas con las legiones de condados y sus capitales<br />

correspondientes. Luego había que aprenderse de memoria condados y capitales acompañados de<br />

los nombres de los ríos más importantes, principales productos, poblaciones y mucha más<br />

información plomífera y absolutamente inútil.<br />

—¿Somerset? —trinaba señalándome con dedo acusador.<br />

Yo fruncía el ceño intentando desesperadamente acordarme de algo de aquel condado. Kralefsky<br />

contemplaba mi lucha mental con ojos que se iban agrandando de impaciencia.<br />

—Bueno —decía al cabo, cuando ya era evidente que mis conocimientos sobre Somerset eran<br />

nulos—, bueno, dejemos Somerset y pasemos a Warwickshire. Vamos a ver, Warwickshire:<br />

¿capital? ¡Warwick! ¡Eso es! A ver, ¿y qué produce Warwick, eh?<br />

Por lo que a mí tocaba, Warwick no producía cosa alguna, pero a voleo me decidía por el carbón.<br />

Había descubierto que si repetía machaconamente un mismo producto (con independencia del<br />

condado o ciudad de que se tratase), antes o después resultaría ser la respuesta correcta. La angustia<br />

de Kralefsky ante mis errores no era fingida; el día que le dije que Essex producía acero inoxidable<br />

se le llenaron los ojos de lágrimas. Pero aquellos largos períodos de depresión quedaban más que<br />

compensados por el gozo y el placer sumos que le invadían cuando, por alguna extraña<br />

coincidencia, le contestaba bien a una pregunta.<br />

Una vez a la semana nos torturábamos dedicando la mañana al francés. Kralefsky lo hablaba a la<br />

perfección, y oírme fusilar el idioma era superior a sus fuerzas. Pronto comprobó que era inútil<br />

tratar de enseñarme con los libros de texto normales, y los descartó en favor de los tres tomos de<br />

una obra sobre pájaros; pero aun con éstos se nos hacía la cosa cuesta arriba. De vez en cuando, en<br />

medio de la vigésima lectura de una descripción del plumaje del petirrojo, un gesto de severa<br />

decisión se adueñaba del rostro de Kralefsky. Cerraba el libro de golpe, se abalanzaba al vestíbulo y<br />

al minuto siguiente reaparecía con un airoso jipijapa en la cabeza.<br />

—Creo que nos vendría bien... para desintoxicarnos un poco... salir a dar un pequeño paseo —<br />

anunciaba, lanzando una mirada de disgusto sobre Les petits oiseaux de l'Europe—. Vamos dando<br />

una vuelta y volvemos por la avenida, ¿eh? ¡Estupendo! Pero no debemos perder el tiempo, ¿verdad<br />

que no? Será una buena ocasión de practicar nuestro francés hablado, ¿no te parece? Así que nada<br />

de inglés, por favor; hay que decirlo todo en francés. Es la manera de irse <strong>familia</strong>rizando con un<br />

idioma. De modo que callejeábamos por el pueblo en silencio casi total. Lo bueno de aquellos<br />

paseos era que, nos marcáramos el rumbo que nos marcáramos, antes o después acabábamos<br />

indefectiblemente en el mercado de pájaros. Nos pasaba como a Alicia en el jardín del Espejo: por<br />

mucha decisión con que emprendiéramos el camino opuesto, al poco nos encontrábamos en la<br />

placita llena de puestos con jaulas de mimbre amontonadas y el aire saturado de trinos. Aquí se<br />

olvidaba el francés; iba a perderse en el limbo junto al álgebra, la geometría, las fechas históricas,<br />

las capitales de condados y demás disciplinas. Con mirada encendida y emocionado semblante<br />

pasábamos de puesto en puesto, examinando detenidamente las aves y regateando ferozmente con<br />

los vendedores, y poco a poco los brazos se nos llenaban de jaulas.<br />

De repente nos volvía a tierra el reloj del bolsillo del chaleco de Kralefsky, con su estridente<br />

timbre, y en las prisas por sacarlo y pararlo casi se le caía todo su inestable cargamento de jaulas.<br />

—¡Caramba! ¡Las doce! Quién lo habría pensado, ¿eh? Tenme este pardillo, haz el favor, mientras<br />

paro el reloj... Gracias... Habrá que darse prisa, ¿eh? Pero así de cargados, dudo mucho que<br />

lleguemos a pie. ¡Vaya! Mejor será coger un coche. Es un lujo, desde luego, pero a la fuerza<br />

ahorcan, ¿verdad?<br />

Corríamos al otro lado de la plaza, amontonábamos en un coche nuestras gorjeantes y<br />

revoloteantes compras y volvíamos a casa de Kralefsky, con el tintineo del arnés y el golpeteo de<br />

los cascos mezclándose agradablemente con el piar de nuestro cargamento.

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