Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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11. El archipiélago encantado.<br />
A medida que iban aumentando los calores del verano nos resultaba más cansado llevar remando<br />
la Vaca marina hasta nuestra cala, así que optamos por instalarle un motor fuera borda. La<br />
adquisición de esta máquina puso a nuestro alcance una amplia extensión de litoral: con ella<br />
podíamos aventurarnos mucho más lejos y hacer excursiones bordeando la recortada costa hasta<br />
playas remotas y desiertas, doradas como el trigo, o caídas cual medias lunas entre las rocas<br />
retorcidas. De ese modo descubrí que, a lo largo de kilómetros y kilómetros de litoral, se<br />
desgranaba un archipiélago de islotes, unos relativamente espaciosos, <strong>otros</strong> que no eran más que<br />
peñascos grandes rematados por una precaria peluca de vegetación. Por razones que no llegué a<br />
averiguar, este archipiélago era un poderoso imán para la fauna marina, y alrededor de los islotes,<br />
en las pozas de las rocas y en las calas arenosas no mayores que una mesa grande, se acumulaba un<br />
asombroso repertorio de seres vivos. Logré arrastrar a la <strong>familia</strong> a algunas excursiones a esas islas,<br />
pero como había pocos lugares apropiados para el baño se cansaron pronto de tener que estar<br />
sentados en las rocas tórridas mientras yo pescaba interminablemente en las hoyas y desenterraba de<br />
cuando en cuando criaturas marinas de aspecto extraño y, para ellos, repugnante. Además, los<br />
islotes yacían próximos a la costa, separados a veces de tierra firme por canales de sólo cinco<br />
metros de anchura, y había multitud de escollos y arrecifes. Conducir la Vaca marina a través de<br />
tantos peligros, evitando que la hélice chocara y se rompiese, convertía todo viaje a las islas en un<br />
difícil problema de navegación. A pesar de mi insistencia, nuestras excursiones se hicieron cada vez<br />
más esporádicas. Me torturaba pensar en toda la fauna maravillosa que me estaría aguardando en las<br />
límpidas charcas, pero no podía hacer nada por la sencilla razón de que no tenía un bote. Propuse<br />
que se me permitiera sacar yo solo la Vaca marina, siquiera una vez a la semana, pero por diversos<br />
motivos la <strong>familia</strong> se negó. Hasta que, casi perdidas ya todas las esperanzas, se me ocurrió una idea<br />
luminosa: pronto sería mi cumpleaños, y si engatusaba hábilmente a la <strong>familia</strong> me sería posible<br />
conseguir, no sólo un bote, sino también un buen equipo. Para ello les sugerí que, en vez de elegir<br />
ellos mis regalos, me dejaran pedirles las cosas que más falta me hacían. Así tendrían la seguridad<br />
de acertar. La idea les sorprendió un tanto pero accedieron; luego, no sin cierto recelo, me<br />
preguntaron qué quería. Respondí cándidamente que no lo tenía muy pensado, pero que les haría a<br />
cada uno una lista de varios artículos entre los que pudieran escoger a su gusto.<br />
La redacción de las listas requirió bastante tiempo y meditación, así como una dosis considerable<br />
de psicología aplicada. Sabía, por ejemplo, que Mamá me compraría todo lo que pusiera en su lista,<br />
de modo que incluí en ella algunos de los componentes más caros e indispensables del equipo:<br />
cinco estuches de madera con tapa de vidrio y forrados de corcho para alojar mi colección de<br />
insectos, dos docenas de tubos de ensayo, tres litros de alcohol metílico, tres litros de formol y un<br />
microscopio. La lista de Margo fue un poco más difícil, pues los artículos indicados tenían que ser<br />
tales que la animasen a visitar sus tiendas favoritas. Así, pues, le pedí diez metros de tela de saco,<br />
diez metros de percal blanco, seis paquetes grandes de alfileres, dos rollos de algodón, un litro de<br />
éter, unas pinzas y cuentagotas. Reconocí con resignación que sería inútil pedirle a Larry cosas<br />
como formol o alfileres, pero si la lista a él destinada mostraba alguna inclinación literaria tendría<br />
probabilidades de éxito. Por consiguiente, le rellené una hoja formidable con los títulos, nombres de<br />
los autores, editoriales y precios de todos los libros de historia natural que consideraba necesarios,<br />
señalando con un asterisco aquellos que serían mejor recibidos. Dado que sólo me quedaba una<br />
petición, decidí abordar verbalmente a Leslie en lugar de pasarle una lista, pero sabía que tendría<br />
que elegir el momento con cuidado. La ocasión propicia tardó varios días en presentarse.<br />
Acababa de ayudarle a concluir satisfactoriamente unos experimentos de balística que se traía<br />
entre manos, uno de los cuales consistía en sujetar a un árbol un arma antigua de carga por la boca y<br />
dispararla mediante un cordel largo atado al gatillo. A la cuarta intentona logramos lo que Leslie, al<br />
parecer, consideró un éxito: el cañón reventó y fragmentos de metal salieron silbando en todas<br />
direcciones. <strong>Mi</strong> hermano quedó encantado y tomó copiosas notas en un sobre. Juntos nos pusimos a<br />
recoger los restos del arma. <strong>Mi</strong>entras estábamos así ocupados le pregunté casualmente qué iba a