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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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10. Un festival de luciérnagas.<br />

Poco a poco la primavera dio paso a los días largos, calurosos y cegadores del verano; las<br />

cigarras, chirriantes y excitadas por el cambio, hacían vibrar la isla entera con sus gritos. En el<br />

campo empezaba a llenarse el maíz, las sedosas borlas pasaban del castaño al rubio; cuando<br />

rasgando la envoltura de hojas hincabas el diente en las hileras de granos nacarados, un jugo como<br />

leche te saltaba a la boca. En los viñedos colgaba la uva en pequeños racimos, moteados y calientes.<br />

Los olivos parecían achaparrarse bajo el peso de sus frutos, bruñidas gotas de jade entre las que<br />

zumbaban los coros de cigarras. En los naranjales, entre el follaje oscuro y lustroso, empezaba a<br />

enrojecerse la fruta como con un rubor que se extendía por las pieles verdes, llenas de hoyuelos.<br />

Monte arriba, donde el sombrío ciprés y el brezo, bandadas de mariposas danzaban y revoloteaban<br />

cual confeti al viento, tocando en una hoja de vez en cuando para dejar una salva de huevos. A mis<br />

pies vibraban los saltamontes y las langostas como máquinas de relojería, y con alas relucientes de<br />

sol volaban ebrios sobre el brezo. Por el arrayán circulaban cimbreándose levemente las mantis:<br />

ligeras, cuidadosas, la quintaesencia del mal. Eran flacas y verdes, con rostros sin mentón y<br />

monstruosos ojos globulares de un dorado grisáceo, ojos con una expresión de intensa, agresiva<br />

locura. Los torcidos brazos, con sus orlas de dientes afilados, se elevaban hacia el mundo de los<br />

insectos en falso ademán de súplica tan humilde, tan fervorosa, con un leve temblor si una mariposa<br />

volaba demasiado cerca.<br />

Al atardecer, cuando refrescaba, las cigarras dejaban de cantar; su puesto lo tomaban entonces las<br />

verdes ranitas de San Antón, adheridas a la humedad de las hojas de limonero junto al pozo.<br />

Abultando sus ojos de hipnotizadas, brillantes los lomos como el mismo follaje de alrededor,<br />

hinchaban los sacos vocales para croar con voz ronca y tal violencia que parecía que sus viscosos<br />

cuerpos fueran a reventar del esfuerzo. A la puesta de sol había un breve crepúsculo que viraba del<br />

verde manzana al malva, y el aire se enfriaba con los aromas de la noche. Aparecían los sapos color<br />

masilla, con extraños chafarrinones verde botella a manera de mapas sobre la piel. Brincaban<br />

furtivamente entre la alta maleza de los olivares, donde el vuelo inseguro de las típulas parecía<br />

cubrir el suelo de ondulantes velos de gasa. Sentábanse allí los sapos parpadeando, y de improviso<br />

tiraban un bocado a una típula transeúnte; arrellanándose, un poquito azorados, se remetían en la<br />

bocaza las puntas colgantes de alas y patas, ayudándose con sus pulgares. Más arriba, por los muros<br />

ruinosos del jardín hundido, paseaban solemnemente los escorpiones negros cogidos de la mano,<br />

entre los gruesos túmulos de musgo verde y los bosques de hongos diminutos.<br />

El mar era plácido, templado, opaco como negro terciopelo, sin una cresta de espuma que<br />

quebrara la lisa superficie. Un débil resplandor rojizo recortaba vagamente sobre el cielo la lejana<br />

costa de Albania. Paso a paso, minuto a minuto, ese resplandor crecía, se intensificaba, se<br />

contagiaba a todo el cielo. Súbitamente la luna enorme, de un rojo vinoso, despuntaba sobre el<br />

abrupto almenaje de las montañas y arrojaba una línea recta, sanguínea, sobre el oscuro mar. Era el<br />

momento de salida de los búhos, planeando mudos de árbol en árbol como copos de hollín,<br />

ululando de asombro mientras la luna se elevaba por instantes, pasaba del rosa al oro y finalmente al<br />

plata, posada como una burbuja en un campo de estrellas.<br />

Con el verano llegó para instruirme Peter, un joven alto y apuesto recién salido de Oxford, cuyas<br />

firmes ideas sobre la educación encontré un tanto cargantes al principio. Hizo falta que la atmósfera<br />

de la isla se le fuera introduciendo bajo la piel para distenderle y hacerle más humano. Las primeras<br />

clases eran dolorosísimas: luchas interminables con fracciones y porcentajes, estratos geológicos y<br />

corrientes cálidas, sustantivos, verbos y adverbios. Pero a medida que el sol de la isla ejercía su<br />

hechizo sobre Peter, las fracciones y porcentajes fueron pareciéndole parte menos fundamental de la<br />

vida y pasaron a segundo término; descubrió entonces que la complejidad de los estratos geológicos<br />

y los efectos de las corrientes cálidas se explicaban mucho mejor nadando por la costa, y que la

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