14.05.2013 Views

Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

mientras esperaba en vano la ocasión de derribar un murciélago, pude contemplar muchas otras<br />

criaturas nocturnas que de otro modo no habría visto. Vi a un animoso zorrito desenterrar<br />

escarabajos en la ladera, removiendo la tierra con sus delgadas patas y masticándolos ávidamente<br />

según iban apareciendo. Una vez salieron de los arrayanes cinco chacales, se detuvieron<br />

sorprendidos al verme, y luego se esfumaron como sombras entre los árboles. Los chotacabras de<br />

sedosas alas planeaban en vuelo suave y silencioso como grandes golondrinas negras entre las<br />

hileras de olivos, barriendo la hierba en pos de las inquietas típulas. Una noche apareció en el árbol<br />

que me cubría una pareja de lirones. Se pusieron a perseguirse con euforia desatada por todo el<br />

olivar, saltando de rama en rama como trapecistas, trepando tronco arriba y tronco abajo, con sus<br />

colas peludas como nubecillas de humo gris a la luz de la luna. Tanto me fascinaron aquellos<br />

<strong>animales</strong>, que hice el propósito de atrapar uno. La mejor hora para buscarlos sería, por supuesto, de<br />

día, cuando estuviesen dormidos. Por todo el olivar busqué laboriosamente su escondrijo, pero era<br />

imposible: todos los troncos nudosos y retorcidos estaban huecos, y en cada uno había media<br />

docena de agujeros. <strong>Mi</strong> paciencia, sin embargo, no quedaría sin recompensa: un día metí el brazo<br />

por una oquedad y mis dedos se cerraron sobre algo pequeño y suave, algo que rebullía mientras yo<br />

tiraba de él. A primera vista mi captura parecía ser un hatillo gigantesco de semillas de diente de<br />

león, provisto de un par de enormes ojos dorados; tras examen más detenido lo identifiqué como<br />

una cría de autillo, envuelta aún en su primer plumón. Nos observamos recíprocamente un<br />

momento, y luego el ave, quizá indignada por mi descortés risa ante su aspecto, me clavó las uñitas<br />

en el pulgar: tuve que soltar la rama en que me apoyaba, y ambos caímos a la vez al suelo.<br />

En un bolsillo llevé a casa al mochuelito indignado, y con cierta zozobra lo presenté a la <strong>familia</strong>.<br />

En contra de lo esperado halló una aprobación sin reservas, y nadie se opuso a que me lo quedara.<br />

Fijó su residencia en un cestillo colocado en mi estudio y, tras mucha discusión, se le impuso el<br />

nombre de Ulises. Desde el primer momento dio muestras de ser un ave de gran fuerza de carácter,<br />

que no admitía bromas. Aunque cabía cómodamente en una taza, no se dejaba amilanar y parecía<br />

dispuesto a atacar a cualquiera sin distinción de tamaño. Ya que los tres teníamos que compartir la<br />

misma habitación, pensé que estaría bien que él y Roger hicieran buenas migas, para lo cual, y tan<br />

pronto como Ulises estuvo instalado,<br />

llevé a cabo la presentación poniéndole en el suelo y mandando al perro que se acercara y fuera<br />

amigo suyo. Roger tomaba con filosofía la obligación de confraternizar con mis diversos<br />

protegidos, y avanzó imitando los andares de un mochuelo. Meneando el rabo en señal de buena<br />

voluntad se aproximó a Ulises, que le aguardaba encogido con aire de pocos amigos y mirada<br />

furibunda. El avance de Roger se hizo más cauteloso. Ulises siguió mirándole como si quisiera<br />

hiptonizarle. Roger se detuvo, dejó caer las orejas, trocó su meneo de rabo por una débil oscilación<br />

y se volvió hacia mí pidiendo consejo. Yo le ordené severamente que insistiera en sus propuestas de<br />

amistad. Roger miró con nerviosismo al pájaro y luego, haciéndose el despistado, pasó de largo, con<br />

la intención de acercársele por la espalda. Pero también Ulises giró la cabeza, sin apartar la vista del<br />

perro. Roger, que no conocía animal alguno capaz de mirar hacia atrás sin cambiar de postura, se<br />

quedó algo perplejo. Después de pensarlo un momento decidió emplear la técnica del retozo<br />

juguetón. Echó la tripa al suelo, metió la cabeza entre las patas y reptó lentamente hacia el autillo,<br />

gimiendo bajito y moviendo el rabo con indolencia. Ulises permanecía como disecado. Roger, que<br />

todavía tumbado sobre la tripa había logrado avanzar bastante, cometió entonces un error fatal:<br />

estirando la cara peluda, olisqueó enérgicamente al ave. La paciencia de Ulises no llegaba al<br />

extremo de dejarse olfatear por un perro de montaña cubierto de greñas. Consideró, pues, llegado el<br />

momento de leerle la cartilla a aquel adefesio sin alas. Bajó los párpados, chascó el pico, brincó en<br />

el aire y aterrizó limpiamente en el hocico del perro, clavando sus garras afiladas en la negra nariz.<br />

Roger, con un alarido de dolor, se sacudió el pájaro y corrió a refugiarse debajo de la mesa, de<br />

donde no hubo fuerza humana capaz de sacarle hasta ver a Ulises nuevamente confinado en su<br />

cestillo.<br />

Al crecer, Ulises cambió su plumón de cría por el fino plumaje gris ceniciento, rojizo y negro<br />

propio de su especie, con el pálido buche lindamente tachonado de negras cruces de malta. Le

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!